Hay un novato en San Pancho. Y todos saben que San Pancho no es lugar para novatos. Esos compran tours a La Lancha, donde pasan todo el día con un profesor y, con la suficiente mezcla de suerte y habilidad, varios de ellos estarán poniéndose de pie el primer día.
Pero este novato insistió en aprender en San Pancho. Dicen que su primera experiencia fue en el atracadero, con una de seis pies, de fibra de vidrio, que le prestó una amiga. Es complicado comenzar con una de seis pies. Normalmente los novatos empiezan con una de ocho o incluso nueve, así que pese a que el atracadero es relativamente más fácil, aún así el novato no pudo hacer gran cosa más que mantenerse encima. Montó algunas, pero por supuesto sin ponerse de pie.
En su segunda oportunidad, rentó una de siete pies, y fue de vuelta al atracadero. Una tarde ininteresante, con los mismos resultados que la anterior. Podía montar y llegar a la orilla, pero lo más que alcanzaba a hacer era poner una rodilla encima. Si intentaba ponerse de pie, caía inevitablemente.
La tercera vez fue la vencida. Armado con su tabla de siete pies, el atracadero y sus escasos veraneantes fueron testigos de su primera vez, de ser uno más que experimenta el consagrante placer que ofrece esta especie de inocuo triunfo frente a una de las grandes fuerzas de la naturaleza. Ahí donde hay una violencia indomable, quien domina el arte encuentra comunión, convirtiendo al enemigo en aliado, cual receptor de un derecho divino. A la primera siguió rápidamente la segunda, tercera, cuarta, quinta y sexta, por las que recibió alguna felicitación del improvisado y exiguo público, un número de teléfono y unos tragos de agua. Quien lo viera caminar por la calle principal aquella noche creería que el rey del universo estaba de paso por San Pancho, ¡y con qué confianza se presentó a su cita a cenar! Dios sabe que todo le saldría bien ese día.
La cuarta ocasión fue breve, pero ya no más en el atracadero. Se dirigió al Punto, lugar donde van aquellos que saben y tienen experiencia. Donde la ola revienta rápida e intempestivamente, más cerca de la orilla que lejos. Donde solo llegar a la línea imaginaria donde se espera es una batalla contra el constante oleaje, empecinado en su labor de obstáculo. Ahí no se ven tablas de ocho pies, apenas hay de siete, como la que llevó el novato, pero abundan las de seis o menos. Como dije, San Pancho no es lugar para novatos.
Sin embargo, después de una jornada aburrida, no hubo nada digno de contar. Pudo montar y pararse brevemente en una sola ola, y el resto fue esperar. La mar no quería satisfacer a estos despreciables onanistas de las olas.
Pero hoy es diferente. En el Punto la mar está brava, las olas difíciles, ¡y al novato se le vio llegar con una tabla de apenas seis pies! ¿Quién se creerá que es? No hay muchos surfos hoy, solo los más experimentados. Su entrada no fue muy prometedora, el novato no sabe aún sortear bien las olas que impiden que llegue a la línea, y lo lanzan con fuerzan hacia la orilla, pero él sigue obstinado, braceando y enfrentándolas con la punta de su tabla por proa. Finalmente consiguió llegar a la línea, y ahora la cosa es esperar el set, el momento en que llegarán unas tres o cuatro olas que se pueden tomar. El novato intenta sentarse en la tabla, y ni siquiera eso consigue. Lo vemos caer al agua una y otra vez, y la tabla graciosamente salta por el aire en otra dirección. No, no, una tabla de seis es para quien sabe, y este novato agrandado no tiene idea.
Entre algunas olas que intentó tomar sin éxito, viene la primera grande. Ahí va el novato, y ¡paf!, revolcado por el suelo marino. Suerte que tiene la tabla atada al pie, sino quién sabe donde acabaría. De vuelta a luchar con el duro oleaje para volver a la línea. Se le ve hablando con un par de surfos, quizá pidiendo consejos, porque la verdad ni siquiera está bien posicionado en la tabla. Está muy atrás, sus piernas muy abiertas, y no levanta el pecho lo suficiente. O se ve que eso le dijeron, pues luego de sus cortas conversaciones se puso más adelante, juntó las piernas y levantó más el pecho. Además, ya no agarra la tabla con las manos. En fin, cosas de novato.
Una vez más fue revolcado, pero a la siguiente pudo montar y llegar a la orilla, pero sin un ápice de gracia. Por supuesto no se paró, solo se aferró a su tabla como quien se aferra al exterior de un tren acelerando, sin saber si podrá vencer la inercia o no. Debe de haberse arrepentido de montar tan desaprovechadamente esa ola, pues quedó en la orilla y se ve que volver a la línea lo deja exhausto. San Pancho no es para… pero bueno, eso ya lo dijimos.
Luego vino una larga espera. Ya casi ni quedaban surfos, el día definitivamente estaba malo para surfear, casi ninguna ola buena, todas muy violentas y que reventaban excesivamente rápido, con apenas arrastre. Pero el novato seguía ahí, no se iba a rendir sin montar apropiadamente al menos una ola. Recostado sobre su tabla, ya que ni siquiera podía sentarse, el novato esperó.
Y cosas buenas pasan a los que esperan, y al cabo de un rato, una voluminosa masa de agua se levantó en el horizonte. Eran ya más de las ocho de la tarde, la puesta de sol sería en unos minutos. El novato miró hacia adentro, calculó que su posición era la adecuada para montar la ola, y preparó su posición, de espaldas a la ola, de frente hacia la playa, y comenzó a bracear.
Se había reunido un gran público en el lugar. Era domingo, y todos los turistas quieren ver la última puesta de sol antes de volver a sus ciudades y sus rutinas laborales. Como la ola rompe con fuerza y verticalidad, se forma un pequeño barranco natural de arena, que sirve como asiento a los espectadores solares. Y la casa estaba llena.
El enorme cuerpo de agua crecía en altura y curvatura, ya no tardaría en reventar. Los demás surfos fueron sorprendidos muy adelante y no alcanzarían a montar, tendrían que simplemente sortear la ola, solo el novato estaba en buena posición. Braceaba con todas sus fuerzas, sabía que la tomaría en el momento justo. La playa también lo sabía, y tenía los ojos en él. Pasase lo que pasase, iba a ser un espectáculo.
La ola comenzó a acariciar la parte trasera de la tabla. Más lejos a su derecha el novato debía ya sentirla como comenzaba a reventar, y este clímax venía acercándosele rápidamente, pronto sería el momento de la verdad. Cuando ya explotaba a centímetros de su brazo derecho, el novato dejó de bracear, y se aferró a la tabla. Movió casi imperceptiblemente su cuerpo hacia atrás, para no hundirse de punta hacia adelante, como podía pasarle a un novato. De pronto, la ola comenzó a reventar detrás de él, no, debajo de él, y ahí estaba el novato, súbitamente compelido hacia el frente con gran potencia. ¡Lo había logrado, no había caído! ¡Estaba montando la ola, y era arrastrado a gran velocidad por ésta! Ahora solo debía ponerse de pie de un momento a otro…
Hay una cierta expresión facial que ponen las personas cuando presencian un evento doloroso no letal que le ocurre a otro. Hacen con la boca una pequeña “o”, y fruncen el ceño. Esta precisa expresión fue adoptada por muchos a la vez en ese momento. La imponente ola decidió que estaba aburrida de reventar sola, así que reventó al novato consigo. Solo algún perdido pez sabrá cuántas vueltas bajo el agua salada se revolcó el novato, y cuántos golpes se dio contra la arena, nosotros solo sabemos que se le vislumbró de nuevo unos segundos después, al momento de levantarse, subiéndose apresuradamente su corto traje de baño. La virulencia del impacto fue tal, que la cuerda que sujetaba su tabla a su pie se había desenganchado, y la desertora tabla yacía varios metros más allá, en la orilla. Como si de un objeto maldito se tratase, ningún espectador hizo nada por rescatarla del incesante venir de las olas, por lo que el novato mismo, haciendo acopio de fuerza y dignidad, fue a por ella, y salió del agua.
Los demás continuamos mirando la puesta de sol. De reojo observé al novato mientras iba de vuelta, seguramente a devolver la tabla que había rentado. Había sido derrotado, pero tenía otra expresión en su rostro, la expresión que pone una persona que quiere decir “esto no se ha acabado”.