Tercer Mundo

Casi un año estuve en Chile por la pandemia, la misma que arruinó el plan del transiberiano en abril del año pasado. Y como no parecía tener fin próximo, había que adaptarse para continuar viajando. También resolver el asunto de la situación sentimental, para que estuviera acorde a una nueva travesía conmigo mismo. Hecho todo eso, y luego de un fallido y reembolsado boleto a Buenos Aires -qué sabiduría haberlo comprado flexible-, vine a México.

En rigor, vine directo a San Pancho, un pequeño pueblo costero del estado de Nayarit. Una amiga de una amiga vive aquí hace cinco años, y a falta de cualquier otra referencia de México, parecía un buen lugar para comenzar.

Luego de muchas horas de avión, un transbordo in extremis, en que dejé involuntariamente una propina estratosférica, y un tramo bus, me vi caminando por la calle principal de San Pancho, llamada avenida Tercer Mundo. Las calles tienen nombres de países de aquellos denominados “en vías de desarrollo”. La geografía es mi favorita, donde la selva se une con el mar, como en Arambol, mi paraíso en la tierra. Experimenté una vez más esa sensación por la que hago esto, esa euforia de ser dueño de mi destino, que puede ser lo que yo quiera, y ahora llegaba a un nuevo lugar. Pero como toda adicción, ya no tiene la misma intensidad que las primeras veces. Ahora, ya solo me basta con estar mejor que en Chile.

Compré un chip de teléfono y fui al café convenido a reunirme con Pami, una especie de bienvenida. Me habló un poco del estilo de vida, cosas que debía saber de cómo tratar con la policía y cómo funcionaba el cartel, que teníamos suerte porque aquí en San Pancho hay un solo cartel y por tanto, no sucedían enfrentamientos armados.

Lo que hay que saber al respecto es somero: el cartel tiene el monopolio de la venta de drogas, por lo que si alguien más vende, el cartel, digamos, lo desincentiva. Por supuesto, sigue habiendo un mercado negro -qué ironía- de vendedores que no pertenecen al cartel, pero lo hacen muy cuidadosamente y solo a personas de absoluta confianza. Yo no podía comprar de esos, pero Pami, habiendo vivido aquí ya varios años, sí.

Uno podría preguntarse: si el cartel vende tan barato -Unos 2000 pesos chilenos por una bolsa de varios gramos- ¿por qué la gente compra a otros? Bueno, resulta que la marihuana del cartel es de pésima calidad, según dicen le agregan un químico para acelerar el secado, lo que la impregna con un gusto y una sensación desagradables.

No solo en la venta hay que tener precaución, sino también en el consumo. Los cuates del cartel tiene identificado el olor de su marihuana, por lo que si pasan cerca de ti y sienten que no estás fumando de la suya, se aproximan y te preguntan dónde la compraste. Y nadie quiere que la cosa se ponga fea. Por esto, se recomienda solo fumar en la casa, o cuando no haya absolutamente nadie más a la vista.

Estas explicaciones introductorias fueron acompañadas por un caso real para ejemplificar, cual documental. Hace unos dos años, vivía aquí un argentino que vendía marihuana y no era discreto, ya muchas  personas sabían de él, conocían su dato, y no hacía esfuerzo alguno por disimular. Ante esta situación, al pobre cartel no le quedó más remedio que secuestrarlo, y retenerlo por varios días. Cuando lo soltaron, tomó sus cosas, y no se le vio nunca más.

Pasé el día en la playa, y dormí esa noche en casa de Pami. A la mañana siguiente, antes que se fuera a trabajar, le pregunté cómo podía hacer para encontrar una habitación o departamento para arrendar. Su consejo fue simple: Pregúntale a las señoras que veas barriendo la vereda. Qué pintoresco.

Pasé gran parte del día recorriendo San Pancho. Caminé por calle Cuba, Egipto, Chile, India, Tailandia, Camboya, Argentina, México, preguntándome si estas casas y estas personas no las habré encontrado también en cada uno de estos países. Finalmente, una de las señoras me dijo que tenía un lugar, y ese mismo día me mudé a un pequeño departamento en el centro, bastante próximo a la playa.

En avenida Tercer Mundo.

El Novato

Hay un novato en San Pancho. Y todos saben que San Pancho no es lugar para novatos. Esos compran tours a La Lancha, donde pasan todo el día con un profesor y, con la suficiente mezcla de suerte y habilidad, varios de ellos estarán poniéndose de pie el primer día.

Pero este novato insistió en aprender en San Pancho. Dicen que su primera experiencia fue en el atracadero, con una de seis pies, de fibra de vidrio, que le prestó una amiga. Es complicado comenzar con una de seis pies. Normalmente los novatos empiezan con una de ocho o incluso nueve, así que pese a que el atracadero es relativamente más fácil, aún así el novato no pudo hacer gran cosa más que mantenerse encima. Montó algunas, pero por supuesto sin ponerse de pie.

En su segunda oportunidad, rentó una de siete pies, y fue de vuelta al atracadero. Una tarde ininteresante, con los mismos resultados que la anterior. Podía montar y llegar a la orilla, pero lo más que alcanzaba a hacer era poner una rodilla encima. Si intentaba ponerse de pie, caía inevitablemente.

La tercera vez fue la vencida. Armado con su tabla de siete pies, el atracadero y sus escasos veraneantes fueron testigos de su primera vez, de ser uno más que experimenta el consagrante placer que ofrece esta especie de inocuo triunfo frente a una de las grandes fuerzas de la naturaleza. Ahí donde hay una violencia indomable, quien domina el arte encuentra comunión, convirtiendo al enemigo en aliado, cual receptor de un derecho divino. A la primera siguió rápidamente la segunda, tercera, cuarta, quinta y sexta, por las que recibió alguna felicitación del improvisado y exiguo público, un número de teléfono y unos tragos de agua. Quien lo viera caminar por la calle principal aquella noche creería que el rey del universo estaba de paso por San Pancho, ¡y con qué confianza se presentó a su cita a cenar! Dios sabe que todo le saldría bien ese día.

La cuarta ocasión fue breve, pero ya no más en el atracadero. Se dirigió al Punto, lugar donde van aquellos que saben y tienen experiencia. Donde la ola revienta rápida e intempestivamente, más cerca de la orilla que lejos. Donde solo llegar a la línea imaginaria donde se espera es una batalla contra el constante oleaje, empecinado en su labor de obstáculo. Ahí no se ven tablas de ocho pies, apenas hay de siete, como la que llevó el novato, pero abundan las de seis o menos. Como dije, San Pancho no es lugar para novatos.

Sin embargo, después de una jornada aburrida, no hubo nada digno de contar. Pudo montar y pararse brevemente en una sola ola, y el resto fue esperar. La mar no quería satisfacer a estos despreciables onanistas de las olas.

Pero hoy es diferente. En el Punto la mar está brava, las olas difíciles, ¡y al novato se le vio llegar con una tabla de apenas seis pies! ¿Quién se creerá que es? No hay muchos surfos hoy, solo los más experimentados. Su entrada no fue muy prometedora, el novato no sabe aún sortear bien las olas que impiden que llegue a la línea, y lo lanzan con fuerzan hacia la orilla, pero él sigue obstinado, braceando y enfrentándolas con la punta de su tabla por proa. Finalmente consiguió llegar a la línea, y ahora la cosa es esperar el set, el momento en que llegarán unas tres o cuatro olas que se pueden tomar. El novato intenta sentarse en la tabla, y ni siquiera eso consigue. Lo vemos caer al agua una y otra vez, y la tabla graciosamente salta por el aire en otra dirección. No, no, una tabla de seis es para quien sabe, y este novato agrandado no tiene idea.

Entre algunas olas que intentó tomar sin éxito, viene la primera grande. Ahí va el novato, y ¡paf!, revolcado por el suelo marino. Suerte que tiene la tabla atada al pie, sino quién sabe donde acabaría. De vuelta a luchar con el duro oleaje para volver a la línea. Se le ve hablando con un par de surfos, quizá pidiendo consejos, porque la verdad ni siquiera está bien posicionado en la tabla. Está muy atrás, sus piernas muy abiertas, y no levanta el pecho lo suficiente. O se ve que eso le dijeron, pues luego de sus cortas conversaciones se puso más adelante, juntó las piernas y levantó más el pecho. Además, ya no agarra la tabla con las manos. En fin, cosas de novato.

Una vez más fue revolcado, pero a la siguiente pudo montar y llegar a la orilla, pero sin un ápice de gracia. Por supuesto no se paró, solo se aferró a su tabla como quien se aferra al exterior de un tren acelerando, sin saber si podrá vencer la inercia o no. Debe de haberse arrepentido de montar tan desaprovechadamente esa ola, pues quedó en la orilla y se ve que volver a la línea lo deja exhausto. San Pancho no es para… pero bueno, eso ya lo dijimos.

Luego vino una larga espera. Ya casi ni quedaban surfos, el día definitivamente estaba malo para surfear, casi ninguna ola buena, todas muy violentas y que reventaban excesivamente rápido, con apenas arrastre. Pero el novato seguía ahí, no se iba a rendir sin montar apropiadamente al menos una ola. Recostado sobre su tabla, ya que ni siquiera podía sentarse, el novato esperó.

Y cosas buenas pasan a los que esperan, y al cabo de un rato, una voluminosa masa de agua se levantó en el horizonte. Eran ya más de las ocho de la tarde, la puesta de sol sería en unos minutos. El novato miró hacia adentro, calculó que su posición era la adecuada para montar la ola, y preparó su posición, de espaldas a la ola, de frente hacia la playa, y comenzó a bracear.

Se había reunido un gran público en el lugar. Era domingo, y todos los turistas quieren ver la última puesta de sol antes de volver a sus ciudades y sus rutinas laborales. Como la ola rompe con fuerza y verticalidad, se forma un pequeño barranco natural de arena, que sirve como asiento a los espectadores solares. Y la casa estaba llena.

El enorme cuerpo de agua crecía en altura y curvatura, ya no tardaría en reventar. Los demás surfos fueron sorprendidos muy adelante y no alcanzarían a montar, tendrían que simplemente sortear la ola, solo el novato estaba en buena posición. Braceaba con todas sus fuerzas, sabía que la tomaría en el momento justo. La playa también lo sabía, y tenía los ojos en él. Pasase lo que pasase, iba a ser un espectáculo.

La ola comenzó a acariciar la parte trasera de la tabla. Más lejos a su derecha el novato debía ya sentirla como comenzaba a reventar, y este clímax venía acercándosele rápidamente, pronto sería el momento de la verdad. Cuando ya explotaba a centímetros de su brazo derecho, el novato dejó de bracear, y se aferró a la tabla. Movió casi imperceptiblemente su cuerpo hacia atrás, para no hundirse de punta hacia adelante, como podía pasarle a un novato. De pronto, la ola comenzó a reventar detrás de él, no, debajo de él, y ahí estaba el novato, súbitamente compelido hacia el frente con gran potencia. ¡Lo había logrado, no había caído! ¡Estaba montando la ola, y era arrastrado a gran velocidad por ésta! Ahora solo debía ponerse de pie de un momento a otro…

Hay una cierta expresión facial que ponen las personas cuando presencian un evento doloroso no letal que le ocurre a otro. Hacen con la boca una pequeña “o”, y fruncen el ceño. Esta precisa expresión fue adoptada por muchos a la vez en ese momento. La imponente ola decidió que estaba aburrida de reventar sola, así que reventó al novato consigo. Solo algún perdido pez sabrá cuántas vueltas bajo el agua salada se revolcó el novato, y cuántos golpes se dio contra la arena, nosotros solo sabemos que se le vislumbró de nuevo unos segundos después, al momento de levantarse, subiéndose apresuradamente su corto traje de baño. La virulencia del impacto fue tal, que la cuerda que sujetaba su tabla a su pie se había desenganchado, y la desertora tabla yacía varios metros más allá, en la orilla. Como si de un objeto maldito se tratase, ningún espectador hizo nada por rescatarla del incesante venir de las olas, por lo que el novato mismo, haciendo acopio de fuerza y dignidad, fue a por ella, y salió del agua.

Los demás continuamos mirando la puesta de sol. De reojo observé al novato mientras iba de vuelta, seguramente a devolver la tabla que había rentado. Había sido derrotado, pero tenía otra expresión en su rostro, la expresión que pone una persona que quiere decir “esto no se ha acabado”.

La Ruta de los Baños Públicos

Mencioné anteriormente la existencia de estos lugares, cuyo nombre verdadero se pronuncia algo así como “yimyilbang”. El asunto es que son muy agradables para quedarse, además de ser la alternativa más económica, por lo que cada vez que llego a una ciudad o pueblo nuevo, lo primero que hago es instalarme en el yimyilbang respectivo. Nunca he visto ningún extranjero, siempre son solo coreanos, lo que hace que a ratos me sienta, igual que en otros muchos lugares de este país, como un tercero.

Va mirando por la ventana. Se sorprende que, pese a haber transitado ya varias carreteras, nunca haya visto un paisaje yermo, eriazo, ralo. Los interminables cordones montañosos -cerrosos, más bien- siempre completamente cubiertos de frondosos árboles, es imposible ver un centímetro del suelo de esos cerros. El bus sale de su vía exclusiva, entra a la zona de descanso como en cada viaje. A veces resiste la tentación de comer, se va dando cuenta de que quizá toda su glotonería no es más que un reflejo ansioso. Otras, se entrega, y decide entre las espantosas opciones. Esta vez se decide por un hot-dog con queso, arrepintiéndose ya antes de pagar el inflado precio. Le molesta estar consumiendo esa materia repugnante, no tanto por su sabor sino por esa substancia infecta que la compone, de antinatural y sospechosa homogeneidad.

El yimyilbang de Tongyeong es hasta ahora mi favorito. Habiendo descrito su geografía, resta ilustrar un poco sobre sus particulares dinámicas. Su desolado e indeterminado quinto piso, que siendo destinado al lugar para el internet, tenía sin embargo unas cuantas cuevas para dormir, donde solo residía yo y un fantasmal vecino coreano. Su gran salón de baño, entrando a la izquierda están las duchas, donde los coreanos usan unas especies de trapos ásperos para lavarse, que se frotan hasta desgañitarse, como si quisieran arrancarse una capa de piel. A la derecha está la zona de la higiene profunda, consistente en espacios individuales con un espejo, una especie de bacinica plástica para sentarse, y una ducha teléfono. Aquí pueden pasar largos períodos mirándose y realizando auto abluciones de lugares del cuerpo que ni siquiera sabía eran susceptibles de higienización. Son limpios estos coreanos, con razón no existe aquí el desodorante. El centro del salón lo ocupan tres jacuzzis circulares y tangenciales, todos con agua caliente a distintas temperaturas, solo uno de ellos con un tímido hidromasaje. Más atrás hay un jacuzzi alargado, con apoya brazos. Al fondo se ubican los dos saunas, uno que bordea los 50° y otro los 80°, en ninguno puedo resistir más que unos cuantos minutos. Flanquea el lugar una larga piscina temperada, para refrescarse un poco luego de los saunas, y donde con un botón se activa un chorro de agua superior, cuya potencia está en el límite de lo dañino, donde uno puede colocar e ir meciendo la espalda y el cuello para entregarlo al duro masaje hídrico. La cafetería del tercer piso tiene lo básico, unas cuantas mesas asiáticas para sentarse en el piso, unos cojines y una televisión. La persona que atiende no entiende nada de inglés, pero por suerte logramos una dinámica en que cada mañana sabe que quiero café y un omellete, lo que es muy agradable. Finalmente las recepcionistas ya me conocen y me permiten entrar y salir a placer del lugar, algo que luego averiguaría no se puede hacer sin volver a pagar, y que es conocido aquí como usar la “tarjeta de extranjero”.

Está borracho. Se juntó con gente de couchsurfing que resultó ser aburrida y poco interesante. Anuncia que se va, sabiendo que lo van a intentar convencer de continuar la velada con la tentación de ingerir alcohol. Se deja convencer, a sus veintisiete años no sabe o ha olvidado cómo realizar su propia voluntad ante una masa en algarabía. Compran mucha soyu saborizada para pocas personas, acaban bebiendo en una plaza, todos ebrios, practicando absurdas dinámicas y juegos de borracho. Que tapitas, que cultura, que quien toma, que penitencias, que dar un piquito a la japonesa, que otro al coreano. Piensa que besó antes a un coreano que a una coreana. Las cosas de la vida (beoda). Qué lindo sería ser bisexual. La japonesa no puede tenerse en pie, deben tomar un vuelo en la mañana con el francés, se despiden. Se desarma el grupo. Vamos con el turco y la otra japonesa a un club. Qué carajo estoy haciendo aquí. Se escabulle, se va, vuelve a casa. El veneno alcohólico le hace despertar los peores pensamientos, el vacío, el sinsentido, como en otra ocasión lo hizo la cocaína. Malas drogas. Conversa con gente que está lejos, encuentra sus cálidas respuestas. Decide dormir, sabe que la mañana y la sobriedad volverán a vestirlo de normalidad. Sueña.

El yimyilbang de Jeonju es difuso en mi memoria, quizá porque solo estuve dos días. Estaba muy cerca de la hanok village y de los lugares que debía visitar. Recuerdo bien el tercer piso, la zona para dormir, un amplio salón en forma de L, bordeado en dos de sus lados por varios saunas secos. Unas pocas cuevas adornan una esquina, todas ellas con símbolos de propiedad y dominancia de los inquilinos que llegaron a ellas primero. La cafetería ofrece algunas chatarras para comer, unas especies de hamburguesas que en lugar de pan tienen arroz (qué sorpresa), pizzas, y por supuesto variedades de ramen. No hay wifi. Dos mesas normales con tres sillas cada una, y cuatro mesas asiáticas, que cada vez me parecen más confortables. Duermo junto a una pared, con tres colchonetas, ya me voy acostumbrando. De la fisionomía del baño no puedo recordar, perdió el interés de las primeras veces.

Sale con una suiza, de couchsurfing. Ella le dice que está de cumpleaños. Caminan por la noche de Seúl, buscando un bar, pero curiosamente no abundan. Es de noche y hay más tiendas de cosméticos, ropa y fitness que bares. Entran a uno, unas polémicas escaleras conducen a un subterráneo. Una pequeña barra ocupada por una única mujer en vestido negro se da vuelta, parece extrañada de algo. Nos vamos. Finalmente entramos a un restorán donde hay cerveza y soyu. Tomamos, conversamos, nos llevamos muy bien, es reconfortante salir con alguien con quien no hay que fingir que uno se lleva bien, ni esperar impaciente alguna excusa no hiriente para irse a la mierda lo antes posible. Marcados cortes en ambas muñecas, ya cicatrizados. Una depresiva, ¿existirá causalidad entre eso y su inteligencia? Comemos. Es tarde, están cerrando el local. Volvemos a la luminosa noche de Seúl. ¿Me puedo quedar en tu casa? No, lo siento, me encantaría pero el departamento no es mío. Me enorgullezco fútilmente de mi sensata y respetuosa respuesta. Igual te voy a dejar. Caminamos. La velada acaba con besos interrumpidos a la entrada de su hostal, por la llegada de huéspedes. La volvería a ver el día siguiente. Y nunca más.

El yimyilbang de Sokcho es lindo y tiene cafetería y mantas y cuevas y bla bla bla…

Disfruta del sector de baños propiamente tales. De la desnudez compartida, sin nada de obsceno, nada de pornográfico. Se mete al jacuzzi hasta el cuello, observa los cuerpos desnudos. Ancianos, adultos, jóvenes, niños. La publicidad, el fitness, el maquillaje, las redes sociales, todo es valor de exposición, todo se muestra de forma obscena, nada queda oculto. Piensa que lo escribirá, lo escribe en su mente, usando conceptos de libros que acaba de leer, y que no está seguro de entender completamente. Hasta los amantes casuales y los no tanto desprecian el erotismo en favor de la performance, las líneas aprendidas en internet, las expectativas que cumplir. Aquí nadie está exhibiendo nada, es solo goce y libertad. Probablemente es el más vanidoso de toda la sala, el único que se mira al espejo para algo distinto de comprobar su higiene.

Otra vez estoy borracho. Ahora en otra ciudad, en que conocí a la comunidad de profesores norteamericanos. Todos los extranjeros fuera de Seúl son profesores de inglés, en uno de los mil programas del gobierno gringo, canadiense, coreano, o bilaterales. Enseñan a todas las edades, primaria, secundaria o universidad, incluso de escuela elemental. Son también de todas las edades. Trabajo asegurado tienen estos gringos, y todos tienen la misma vida, de día el trabajo en Corea, de noche la fiesta en Corea, fin de semana de compras, y así por años, algunos uno o dos, otros hasta doce. Qué vidas extrañas, ¿o es lo mismo no más? Me quedo en casa de Theresa. Duerme en ropa interior, compartimos cama. No, no pasa nada, ni el masaje funcionó, inédito. Será, mañana me voy, buenas noches.

Decadenciómetro

¿Sospechas que tu vida se encuentra en decadencia? ¿Crees estar atrapado en un espiral descendente y todavía no ves el fondo? ¿Has olvidado la hermosa sensación de tener dignidad? Este decadenciómetro te ayudará a confirmar tus suposiciones sobre el patético rumbo que ha tomado tu irrelevante existencia.

En cada pregunta, marca todas las alternativas que se apliquen a tu realidad:

1. En la última semana, he reemplazado comidas por chatarra:

  • a) Una o ninguna vez, tengo dignidad.
  • b) Dos o tres veces, pero solo porque he estado corto de tiempo.
  • c) Más de tres veces, soy una vergüenza.
  • d) ¿El subway cuenta?
  • e) Olvidé el sabor de la fruta.

2. Estoy al aire libre:

  • a) Varias horas al día.
  • b) Todos los días cuando saco a mi perro.
  • c) Cuando voy al parque a fumar marihuana.
  • d) Solo durante el trayecto de mi casa al trabajo.
  • e) Mucho tiempo en el balcón.

3. Elijo mis parejas sexuales según:

  • a) Mi nivel de alcohol en la sangre.
  • b) Mi tiempo desde la última vez.
  • c) El precio que me hagan.
  • d) Mi disponibilidad de cloroformo.
  • e) Tengo pareja única y monógama.

4. Paso mi tiempo frente a la pantalla:

  • a) Trabajando y leyendo noticias.
  • b) Viendo memes.
  • c) Viendo series de Marvel en netflix.
  • d) Con la mirada perdida.
  • e) Revisando el número de likes de mis publicaciones.

5. Uso mi imaginación para:

  • a) Inventar situaciones en mi mente.
  • b) Desnudar a la gente.
  • c) Capturar pokemon.
  • d) Crear ridículos tests.
  • e) Ninguna de las anteriores.

6. Mis actividades culturales consisten en:

  • a) Asistir a eventos patrocinados por FONDART.
  • b) Ir al teatro.
  • c) Ir al cine.
  • d) Ver “el precio de la historia” en History Channel.
  • e) Ir al estadio.

7. Las personas me llaman:

  • a) Por mi apodo.
  • b) Por mi nombre de pila o apellido.
  • c) Señor/Señora.
  • d) Nunca.
  • e) Por mi nombre de usuario.

8. A la pregunta sobre qué hago, respondo:

  • a) Con una pregunta más interesante.
  • b) Lo que estoy haciendo en ese momento.
  • c) Mis hobbies y pasatiempos.
  • d) Nada, ¿y tú?
  • e) Mi profesión u oficio.

9. Mis últimas lecturas consisten en:

  • a) Obras literarias del género narrativo, lírico o dramático.
  • b) Manuales de instrucciones.
  • c) Libros de autoayuda.
  • d) El horóscopo.
  • e) Rayados de baño.

10. Mis metas en la vida son:

  • a) Trabajar lo menos posible.
  • b) Tener casa, auto, pareja y perros.
  • c) Convertirme en viej@ loc@ de los gatos.
  • d) Sobrevivir hasta mañana.
  • e) Tener algún día metas en la vida.

Por cada alternativa a) que marcaste agrega 10 puntos, 5 por cada b), 3 por cada c), 2 por cada d), y -5 por cada e).

TABLA DE RESULTADOS

Si sacaste entre -50 y 500 puntos: Estás leyendo un test titulado “decadenciómetro” en una página llamada “Chaogracias”. Claramente tu vida ha tocado su punto más bajo, solo superado por donde estará mañana. Tu existencia es una ignominia para tu familia y tus antepasados rastreables hasta el austrolopitekus, y se avergüenzan los cerdos de pertenecer al mismo reino que tu infecta carne. El único mérito que conseguirás en tu vida es el de personificar con exactitud algebraica un exacerbado significado de decadencia, y sin que esto le importe a nadie. Recomendación: suicidio por la vía más rápida.

Fotos – IV

Mi “cueva” en Tongyeong

Vista desde el 5to piso del baño de Tongyeong

Cosa oriental

El Gran Rey Sejong. Ya hablaremos de él, se lo merece.

Fragmento de un predio de templo budista

Elija su pulpo para comer

O su pez, si prefiere algo más tradicional

Montaña turística escala coreana (como 1700 mts)

Michael Jackson coreano

Epopeya coreana

Siddharta

Siddharta relajado

La necesidad de prohibirlo gráficamente es preocupante