La despedida de Mendoza fue sumamente entretenida, amistosa y etílica. Luego de una cena de salmón (de lo mejor que he comido en mi vida) con Angie, la Vicky invitó a sus amigas y servimos unas botellas de vino en el resto. Al terminarse aquellas salimos a un bar, y ahí se prolongó hasta pasadas las 5 am y los 5 gr/L.
Naturalmente, el plan de partir temprano a la mañana siguiente se canceló por motivos de caña mayor, por lo que finalmente salí tipo 16:00. Abordé un bus hasta la entrada a Lavalle, un pueblo a la salida norte de Mendoza, y en la estación de servicio emplazada en el lugar hice dedo, tocando el uke entre vehículo y vehículo que pasaba. Me pasé el rollo de que quizá era muy pretencioso eso de estar tocando y detenerme solo para hacer el gesto, pero me llevaron pronto de igual forma.
El samaritano era un taxista de San Juan que había ido a Mendoza a un evento de motos de agua que resultó cancelado. Me dejó en la plaza central de su ciudad de residencia. Ya que era tarde, pillé un hostal relativamente barato y pasé la noche.
Al día siguiente partí temprano al terminal para tomar un bus que me llevara a la Difunta Correa, por recomendación del taxista, cuyo nombre cayó en el olvido (Kant estaría avergonzado). La Difunta Correa es un lugar que debe su nombre a la historia de una mujer, aparentemente de apellido Correa, que fue encontrada muerta a causa de la sed en medio de la ruta, con su hijo aún con vida gracias a que continuaba amamantándose de su fallecida madre. A raíz de esto existe todo un folklor relacionado en el lugar, aunque de hecho la historia es muy conocida en Chile también, basta ver todos los lugares en la carretera que cuentan con botellas llenas de agua. Actualmente hay un pequeño santuario en recordatorio a la Difunta Correa, y un caserío comercial adherido en el que paran muchos camiones y es, por tanto, un buen lugar para continuar el dedo hacia el norte.
Subí las escaleras hasta dicho santuario. Tenía innumerables placas y símbolos afines con la leyenda “Gracias Difunta Correa”, por algún favor supuestamente obrado por la mentada Difunta. En la mayoría de los casos el favor en cuestión era secreto o privado, pero también en muchos de ellos se indicaba expresamente, mediante una fotografía o simple texto, qué era lo que había sido concedido: una titulación de odontólogo, una casa propia, un ascenso de un equipo amateur, e incluso lo que parecía una fiesta de 15. Sin embargo, un ítem era mucho más frecuente que los demás: los autos. Sobraban los agradecimientos por un auto e incluso un camión nuevos, todos con su respectiva foto. Daba para pensar que la Difunta había devenido en una especie de automotora celestial para sus devotos a pie.
Ya que estaba en boga la tendencia, me hice feligrés, y le pedí a la Difunta un camión (que me llevara a Catamarca).
Me lo concedió.
Gracias, Difunta Correa.