Tafí del Valle

Luego de 4 días y 4 noches en La Merced, y habiendo visitado los lugares emblemáticos que tiene, como son los túneles de La Merced y el Pozo del Gaucho, que significaron sendas caminatas bajo el sol, amanecí con ganas de seguir camino. Quizá se gatillaron también por el hecho de que los cuidadores, que ahora vienen seguido a utilizar la cocina del lugar, tienen la costumbre de reproducir a todo volumen una cumbia repugnante de tempo muy alto y el mismo pseudocantante de voz cacofónica. La mañana en cuestión fui despertado por dicho ruido, y tomé la determinación de partir (impresionante lo rápido que me baja el odio capitalino ante estas circunstancias). Mientras empacaba y desarmaba la carpa llegaron unos viejos al predio con la intención de hacer un asado. Pronto me vi conversando con ellos y desayunando vino con fiambre, queso y galletas saladas.

Tipo 13:00 recién llegué a la estación de servicio. Tuve mucha suerte, lo que sería recurrente en el resto del día. El primer auto que se detuvo a echar combustible me llevó. Era un hombre de unos 45 años y su madre, Nilda, que iban para su casa en Aguilares, una pequeña ciudad unos 80 km al norte. Conversando sobre mi viaje me recomiendan enfáticamente que visite Tafí del Valle, un pueblo de montaña que sirve de refugio de verano para los habitantes de Tucumán, que está a menos de 100 km de Aguilares. Como además me queda de camino a Salta, y considerando que si hay algo que tengo es tiempo, tomé gustoso su consejo.

Me invitaron a almorzar a su casa, ofrecieron ducha, y luego de despedidas y agradecimientos continué el dedo en la ruta con destino a Tafí del Valle. Otra vez me levantaron en menos de 10 minutos, y eso que ni siquiera le hice gestos al auto que paró, ya que estaba caminando y no me di cuenta de su paso. Dos jóvenes buena onda me adelantaron al siguiente pueblo, me instruyeron del camino a seguir, y me regalaron unos plátanos.

Sorprendido y sumamente alegre por la cantidad y calidad de personas que me habían levantado y alimentado, me pareció normal cuando, siempre con intervalos de apenas algunos minutos, un camión, una camioneta y un auto me dejaron en Tafí del Valle, en la mismísima entrada del camping, incluso luego de un tur por el pueblo. No comprendo. En Chile, tanto en el norte y sur, recuerdo pasar horas en la carretera sin que nadie me llevara, y aquí no hay ni que pedirlo y te alzan. Es evidente que no se trata de suerte. Qué bueno que me fui de ese paisito de mierda.

El camping ya no era gratis, de hecho costaba AR$100, pero como era el único que había no quedaba otra realmente. Llovía un poco, así que instalé la carpa con el nylon lo más tenso posible, y salí a recorrer. Pregunté por trabajo en unos 8 o 10 lugares pero no había nada, ya que la temporada alta acababa de terminar.

Pronto comenzó una lluvia más intensa, por lo que regresé al camping totalmente empapado. Comí un delicioso sandwich de milanesa en el kiosko interior del predio, regalándome un té la señora que atendía para que entrara en calor, conversamos un rato y me metí a la carpa, que por suerte aguantaba bien la lluvia. Dormí un sueño seco, endorfínico y profundo.