Cafayate

Art. 149.- La Provincia reconoce la preexistencia étnico-cultural, la identidad, la espiritualidad y las instituciones de los Pueblos Indígenas que habitan en el territorio provincial.

Garantiza la educación bilingüe e intercultural y el desarrollo político cultural y social de sus comunidades indígenas, teniendo en cuenta la especial importancia que para estos Pueblos reviste la relación con su Pachamama.

Reconoce la personería jurídica de sus comunidades y la posesión y propiedad comunitaria de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regulará la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será enajenable, transmisible ni susceptible de gravámenes o embargos.

  • Constitución de la provincia de Tucumán

 

El día comenzó sin mayor novedad. Desayuno y a la plaza a practicar uke. Una pareja mayor se encontraba comiendo unas empanadas, les pregunté dónde conseguirlas, y no solo me dijeron sino que además me insistieron en regalarme la última que les quedaba. A esta altura ya no me sorprendió la amabilidad de la gente, puedo esperar cualquier cosa.

A las 14:30 recibo un whatsapp de Gastón, el amigo en común con Romane, diciéndome que al final ella se va directo a Cafayate. Perfecto, empaqué todo, cogí mis cosas y partí a la ruta, totalmente confiado de que llegaría a Cafayate sin problemas ese mismo día, pero ya inseguro de si quería compartir el viaje con alguien. Nuevamente, Argentina se ocuparía de solucionar mis problemas.

No contaba con que por ese camino no pasaba nadie, así que por primera vez tuve que esperar una media hora hasta que un hombre en una camioneta me levantó. Conversamos largo rato, era una persona de mucho dinero que andaba por ahí por negocios. A veces apuntaba un enorme pedazo de terreno a lo lejos y me decía “mira, ese es un emprendimiento mío”.

La charla versó sobre distintos temas: viajes, sociedad, drogas, negocios. Pasamos primero a las ruinas de Quilmes (y yo que pensaba que me las iba a perder) porque Marcos, o ése era su nombre o lo estoy rebautizando, quería comprar unos terrenos colindantes para hacer un hotel o algo así, pero primero tenía que hablar con los dos Caciques para que no hubiera problemas con el proyecto, porque los indios, según él, son celosos de sus tierras. Me explicó además que la Constitución de Tucumán (Argentina es República Federal) devuelve expresamente tierras a los indígenas, por lo que el tema es delicado.

Luego de sus averiguaciones y de estar un poco en las ruinas, que arquitectónicamente no tenían gracia alguna, eran solo pircas que podían haber sido construidas hace 300 años o ayer, continuamos a Cafayate. En el camino recogimos a un francés, que además de dejar el auto apestando a axila, resultó ser conocido de Romane, así que le di su contacto, lo que posteriormente me permitiría desentenderme de ambos y continuar mi camino solo.

Antes de llegar a Cafayate hicimos una última parada, porque Marcos visitaba a un amigo golfista suyo en una especie de condominio estilo rural para gente ultra millonaria, con campo de golf, SPA y demás ricosidades. Nos explicó que, al comprar una casa (mansión) ahí, te hacías dueño de una parte de la viña del lugar, donde instalaban una cámara que filmaba 24 horas el proceso de tu propio vino, crecimiento de la uva, cosecha, guarda, elaboración y todo, y luego te daban la opción de venderlo para pagar las expensas, o entregártelo para que le pusieras tu etiqueta, lo guardaras, te lo bebieras o si querías te lo metieras en el orto, en palabras de Marcos. Según él, Brad Pitt y Robert de Niro tenían casa allí.

Nos apeamos afuera de un camping que costaba AR$70. Le comuniqué al francés que iba a ver si encontraba uno más barato, dándole a entender que quería ir solo, y que se contactara con Romane que llegaba ese mismo día, o quizá ya había llegado.

Encontré una señora que arrendaba su patio a AR$30, así que me asenté allí. Había unos 7 hippies itinerantes re buena onda, que llevaban años viajando, no juntos, solo habían caído ahí coincidentemente. Tocaban música, hacían malabares, artesanías, pintaban, y sabían mucho sobre lugares y drogas.

Unos mates después, ya oscuro el cielo, salí a recorrer el pueblo. Observando la cantidad de turistas, restaurantes y bares, llegué rápidamente a una conclusión: aquí corre plata, la suficiente como para rascar un poco. Pensando en buscar trabajo, ya que el estilo de solo gastar ahorros hacía el viaje insostenible a largo plazo, de pronto me cruzo en la vereda con una chica con un estuche de instrumento a la espalda, del tamaño del ukelele. Antes de que se alejara mucho giré en 180º y la interpelé: Oye, ¿eso es un ukelele? -No, es una guitarra pequeña, pero también toco el ukelele – respondió con marcado acento español. -¿En serio? ¿Y cantas? -Sí -me indica.

Y así conocí a Gemma (se pronuncia Yema, como la del huevo), una catalana a quien rápidamente convertí en mi profe de canto y ukelele. Ella estaba buscando un lugar barato donde alojar ese día y el siguiente, así que le mostré el camping, donde acabó quedándose. A la noche fuimos a tomar vino a un hostal donde unas amigas de ella, que había conocido ahí. Me enseñó unos ejercicios de vocalización para sacar la voz, y un par de consejos adicionales. Tocó y cantó largo rato, le encantó mi ukelele (como a todos, la verdad). Su voz es increíble, elegí bien la profe.

Le otorgué la concesión a mi ya embelesada mente de confundir un rato admiración con enamoramiento, y terminamos la noche tocando, bebiendo y cantando.