Dormí pésimo esa noche porque había comido muy poco, ni almuerzo ni cena. Tuve que levantarme como a las 5 am a llenar el estómago con agua y un raspado de dulce de leche que me quedaba en la mochila. Apenas amaneció lo primero que hice fue ir a comprar medialunas y otros dulces para desayunar, y compartimos con Gemma y la gente del camping.
El plan para el día consistía en ir con Gemma a la hora de almuerzo a los restaurantes de la plaza principal para tocar un poco y ver si sacábamos algo de plata. Con esto en mente practicamos una rutina de tres canciones, Gemma cantaba y tocaba la guitarra, yo introducía las canciones y a nosotros, acompañaba con una maraca en dos y con el ukelele en otra, además de pasar el sombrero. Artísticamente hablando era más una actividad parasitaria que cooperativa, porque perfectamente ella podía hacer un tremendo show sola (de hecho hace conciertos en España), pero como le daba algo de vergüenza, bueno, lo que me falta de talento lo colaboré con perso.
Nos fue excelente. Lo pasamos increíble, recibimos aplausos, algunas cantadas a coro, e incluso en un lugar le dieron micrófono y todo a Gemma, y una guitarra con amplificador (ahí yo me aparté no más, no estoy a la altura de tanta producción por el momento). Tan bien fue, que el dueño la invitó a tocar de nuevo a la noche, no ya tres canciones, sino todo lo que quisiera. Con la plata compartimos un helado de vino, almorzamos, y sobró para repartir. Día redondo, serotonina a tope.
Pero como todo lo que sube tiene que bajar, a la tarde de este exultante día me agarró un bajón anímico sin causa, así que solo paseé por el pueblo y comí algo hasta que se me pasó.
Por la noche fuimos varios del camping, más las amigas de Gemma, a verla tocar a la peña esta donde la invitaron. Se unió uno de los chicos, Mauricio, que es un prodigio importante con el violín. Cualquier cosa que Gemma tocaba él escuchaba un poco primero, y luego improvisaba un acompañamiento que quedaba olímpico, como si llevaran años ensayando juntos. Grabamos varios vídeos. Tan contento quedó el dueño de la peña con el show de ambos, que durante las tres horas que se mantuvo trajo continuamente a nuestra mesa, la de los amigos de los artistas, docenas de empanadas y botellas de cerveza Salta.
Hubiera dormido plácidamente de no ser porque me resfrié.