En la entrada anterior comenté que ya llevaba más de tres semanas en Purmamarca, pero es un error, la noción del tiempo se pierde en este lugar. Eran dos no más, tres son ahora.
Una noche estábamos haciendo comida comunitaria como siempre, cuando sobrevino sin aviso un corte de luz. Sirvió para darnos cuenta de la hermosa luna que no llegaba a ser llena, pero iluminaba proyectando sombras de lo más nítidas en el piso del camping. El ambiente que se formó me hizo recordar que tenía ganas de probar la infusión de Palán Palán, una planta con la que muchos del camping atestiguaban haber tenido experiencias y viajes interesantes. Yo sólo lo había probado una vez antes hace como una semana, pero una dosis leve y además yéndome a dormir enseguida, por lo que no alcancé a sentir mucho efecto. Quizá tuve sueños más claros, pero recordar eso es incierto y difuso.
Le pedí al Chueco, amigo conocedor de las plantas, que me separara unas hojitas. Fuimos hasta el árbol y me arrancó tres hojas grandes y una mediana, advirtiéndome que saldría una infusión potente y que no le contara a cualquier persona acerca del Palán Palán, pues era una planta peligrosa y había que respetarla. Sus instrucciones de preparación fueron hervirla quince minutos, y luego tomar hasta la última gota, así de simple. Le agradecí y comencé los preparativos. Mientras aguardaba los quince minutos me quedé conversando, y decidñi ir al Paseo de Los Colorados a beber el Palán, para tener una atmósfera tranquila e íntima, beneficiosa para la experiencia. Dado esto, el Chueco me recomendó que llevara abrigo por si me quedaba dormido.
Listo el té, lo vertí en un termo con hojitas y todo, agarré el saco de dormir, ya resuelto en quedarme allá, el ukelele, y partí a Los Colorados, siendo ya más de la una de la mañana. Me siguió el Té con Leche, un perro del camping del que me he hecho bien amigo. Andar ese camino oscuro y solitario, con un cielo que ahora alternaba su nivel de luminosidad producto del pasar de las nubes, me dio un poco de miedo al principio, quizá porque pronto me ladraban una multitud de perros que rápida echaron llorando al pobre Tecon devuelta al camping. Me controlé y seguí caminando, con este sentimiento extraño sobre el contexto. No había ni un alma ni una luz ni un ruido, salvo un misterioso coro de ladridos distantes que provenían de diferentes direcciones. Piloteando el temor me trepé a la cima de uno de los cerros del lugar, eligiendo un sitio más o menos plano, y me senté. A lo lejos entre los accidentes geográficos se veía una pequeña porción de las luces del pueblo, y lo demás era todo montañas y silencio. Demasiado silencio. Emanaba de los cerros, de las rocas, de la tierra y de la propia noche. Por algún motivo no se me iba la sensación de inseguridad. Desenfundé el ukelele y, en pianissimo, ensayé una nota, como si tuviera despertar algo, o escuchar una respuesta. Dado que no pasó nada, lo repetí, ahora un poco más fuerte. Un Do. Sentí cómo desgarraba el silencio para luego ser envuelta nuevamente por éste, y la ausencia de fenómenos adicionales fue disipando poco a poco mi inexplicable temor. Comencé a tocar a mayor volumen, más confiado, y canté un poco. Probé el Palán, pero seguía muy caliente. Destapé el termo y lo dejé reposar.
Interpreté un par de canciones y ya me sentía a pleno gusto en la cima de aquel cerro, en aquella noche nublada, percibiéndolo todo y desenvolviéndome con la soltura única de la soledad. Inspirado y tomando Palán compuse parte de mi primer tema. Qué sensación increíble ese lugar, perfecto para la contemplación y relajación.
Hora y media o dos horas después de llegar veo temblar las nubes alrededor de la luna. Está haciendo efecto el Palán, pensé. Me paré para desenrollar y armar el saco y me temblaban las piernas. Potente dosis, reflexionaba al alistar todo para acostarme. Guardé el uke en su funda, lo metí en el saco, y luego me introduje yo. Corría un viento frío y un par de mosquitos, a lo que reaccioné tapándome con la capucha del saco, permitiendo solo una franja para mirar, a lo que me dediqué.
Al poco tiempo me empecé a sentir extraño. Observaba el cielo, y tenía la vista difusa, me costaba trabajo o no podía directamente enfocar las nubes, se me distorsionaba. Una incómoda sensación me recorría el cuerpo, pero lo peor fueron los fuertes calambres que me sacudieron los pies y gastrocnemios, haciéndome maldecir y retorcerme un poco. Visión difuminada, sensación de debilidad, calambres en el cuerpo y dificultad para moverme, de súbito caí en cuenta de la realidad: esto no es un psicoactivo, es un veneno.
Este pensamiento estuvo lejos de hacerme sentir mejor. Se me ocurrió volver al camping, pero era imposible. Apenas si podía mantenerme acostado y en la misma posición, moverme me acalambraba, me dolían los músculos y ya la cabeza de tanto mirar desenfocado. Cerraba los ojos y veía mil cosas bizarras, creí que deliraba. De pronto fui muy autoconciente de que estaba solo en la cima de un cerro, muy apartado de cualquiera que pudiera escucharme. Invoqué mi calma y me concentré en respirar, estar quieto y tratar de dormir. Tarea difícil, por los mosquitos, el malestar, y la navaja de viento frío que me cortaba por la pequeña abertura que quedaba en el saco. Miraba mis párpados, pasaba un tiempo indeterminado en que veía/soñaba un montón de situaciones extrañas, volvía a abrir los ojos y continuaba la profunda noche. Ya no había luna, y en aquella penumbra bajar quedaba descartado, sin contar mi estado actual. Repetí el procedimiento un par de veces hasta que por fin alcancé un estado adormilado constante, con mil imágenes muy definidas, de las que lamentablemente mi consciente ya no recuerda ninguna.
Abrí los ojos y me alegré de que ya fuera de día, pero más me alegré de que era capaz de seguir durmiendo sin esfuerzo, lo que hice. A la segunda decidí levantarme, con la idea de que ya todo había pasado, pero estaba equivocado. No más moverme un atisbo de calambre amenazó mi pierna, así que me dediqué a estirar un poco. Miré la montaña del horizonte y seguía sin poder enfocar de lejos, y pronto comencé a sentirme mal de nuevo. Me incorporé, y desechando la idea de armar el saco y meterlo en su bolsa, me calcé y tomé todo con las manos, solo cuidando no arrastrar el saco, y partí de vuelta al camping.
Me costaba caminar bien. Era una bajada que había ya hecho algunas veces antes sin ninguna dificultad, y sin embargo ahora trastabillé, y tuve que concentrarme al máximo para no caerme cerro abajo. Para peor me asaltaron unas ganas fulminantes e irresistibles de pasar al baño, tanto que sopesé la posibilidad de hacerlo ahí mismo, pero a esa hora ya pululaban los turistas por todos lados. Tenía que volver al camping.
Andando como borracho, con un termo, un saco y un ukelele a cuestas, y con esta indecible necesidad de cagar, seguí camino solo concentrándome en cerrar el esfínter con todas mis fuerzas, y evitar hacer contacto visual con los malditos turistas y sus Nikon colgando del cuello. Fue una tarea titánica, y ya llegando a mi destino me di cuenta de que no alcanzaba ni a buscar el papel higiénico a mi carpa. Llegué directo al baño, justo una chica iba a entrar antes que yo, pero ver mi cara y sentir mi animal súplica fue suficiente para que me cediera su lugar. No me importó nada no tener papel, el alivio fue inmenso. Recordé que un amigo me había comentado que en india las personas se limpiaban con la mano izquierda con agua y saludaban y comían con la derecha, así que recurrí a mi empatía cultural y honré dicha tradición, restregándome bien el canto de la mano con agua posteriormente, sin culpa alguna.
Las siguientes horas transcurrieron en mi carpa, respirando con dificultad y quejándome a gimoteos. Me dieron omelette de queso y frutas, para que me mejorara. Por la tarde me levanté a seguir trabajando las cañas, ya que Billy, el dueño del camping, permite que uno haga trabajos en el camping en lugar de pagar, y yo me estaba ocupando de construir un mesón de caña y barro para la cocina. Concentrarme en pelar las cañas me hizo mejor, y a la noche ya estaba bien del todo, o así me sentía.
Creo que la próxima vez averiguaré por mi cuenta antes de experimentar alguna planta desconocida.