– Tú tienes barba, te vas a llevar bien con los capuccinos.
Dueña del refugio de animales, al indicarme las razones por las que me aceptaba.
Pese a que me aseguraron en el bus -cuyo destino es Santa Cruz- que me avisarían de madrugada cuando pasáramos por Samaipata, tipo 3 AM mi sentido arácnido se activó y decidí consultar Google Maps (mi hermano me regaló plata para que me comprara un celular nuevo en Bolivia). Por supuesto, ya nos habíamos pasado, por lo que pedí que me dejaran en el siguiente pueblo, caserío o similar. Caí en un similar pasado las 3:30, donde solo tiré la carpa en la plaza principal (con el perdón de las plazas de verdad), y dormí. Temprano hice dedo y llegué en un camión a Samaipata.
Samaipata es un pueblo chico y turístico, de esos que son sello de alguna región o país determinado. Patrimonio mundial de la humanidad por sus ruinas o historia o algo así. Tiene más o menos cerca El Fuerte, la piedra tallada más grande del mundo; La Ruta del Che, con el lugar donde fue asesinado; el Parque Amboró, un bosque de árboles prehistóricos, y un par de cosas más. El valor de cualquiera de ellas va entre 100 a 300 bolivianos, por lo que las descarté de plano.
Por lo pronto, conocí un español buena onda, y nos quedamos en uno de los dos camping que hay, llamado El Jardín. Aquí me encontré por primera vez con un grupo de chilenos, por lo que estrené mi nombre real en el viaje, y ya no era conocido como “el chileno”. Son relativamente simpáticos, pero con esa actitud estúpida chilensis que no me cae bien, me mantuve alejado. Martino, que conocí unos días en Sucre, sigue siendo el único compatriota del viaje con el que he podido compartir abiertamente.
De los cuatro inremarcables días que pasé en Samaipata entre jugar al truco, tomar leche de marihuana, y tocar en un par de restoranes, solo el último me entregó algo que valió la pena. Decidí ir a visitar el refugio de animales, a dos kilómetros del pueblo. Es un lugar espacioso, donde reciben animales en mal estado o que la gente ya no quiere, y hay muchos: monos, loros, parabas, tejones, un ñandú, un ciervo, un pavo raro, gansos, patos, una especie de jabalí, más monos. Conversando con la dueña me enteré que había voluntariado, es decir, trabajo allí unas horas con los animales, a cambio de alojamiento y comida. Me gustó la idea y pregunté por la chance. Me informó la dueña, una señora suiza, que en realidad se reservaban con bastante anticipación, pero justo se iba un chico antes de lo planeado, y además por mi barba podría entrar a la jaula de los monos capuccino, y necesitarían alguien así. En resumidas cuentas, empezaba el martes.
Mientras, iré a Santa Cruz a hacer algo de plata, y a ver si puedo llevar la música al siguiente nivel, con una armónica y una percusión de pie.