– La vida es como un porro. La enrolás como podés y luego te la fumás.
Maiku, hijo de Palu, la dueña del refugio.
Una trufi (auto tipo taxi pero de dos corridas de asientos) por Bs$25 me llevó de Samaipata a Santa Cruz. Son unos 150 kilómetros, pero con el estado de las carreteras bolivianas y el electrocardiográfico camino resultan ser unas tres horas.
Santa Cruz es una ciudad grande de verdad, y el único lugar de Bolivia donde se han instalado, y al parecer prosperan, las transnacionales como Burger King, Telepizza, Starbucks, Papa John’s. La ciudad tiene un plano urbano particular, dividido en anillos que forman círculos concéntricos. Así, el primer anillo envuelve el centro de la ciudad, y el sexto recorre toda la periferia. Hay que admitir que esto hace que sea realmente fácil ubicarse y moverse, pues además del sistema de transporte público que cuesta solo Bs$2, en cada anillo hay trufis que solo se dedican a darle la vuelta, también por Bs$2, por lo que resulta sencillo ir de un lado a otro de la ciudad, y relativamente expedito, pues los anillos suelen tener tres, cuatro o cinco carriles por lado.
Llegando a la ciudad, miré alrededor y decidí que pagaría hasta Bs$25 por una habitación para mí solo. Dicho y hecho, la trufi me dejó justo al lado de un hostal que cobraba precisamente eso, por lo que me registré de inmediato. Curiosamente luego salí a recorrer bastante, y no encontré nada que igualara ese precio,
Con cuatro días por delante antes de que tuviera que volver a trabajar al refugio, me dediqué a lo único que se puede hacer en una gran y fea ciudad: ganar plata fácil. Ya que en Samaipata me gasté en drogas todo lo que había ahorrado en Sucre, tendría que empezar de cero para adquirir lo que tengo planeado aprender en mi futura estadía en el refugio, a saber: una armónica, un pedestal para sostenérmela al cuello y tocar en modo manos libres, una percusión para el pie, hilos para hacer artesanías, y cuatro pelotitas de lana rellenas de maíz para hacer malabares. Según mis cálculos, ahorrando unos Bs$100 diarios lo podría lograr, así que tendría que trabajar bastante. Probablemente más de dos horas por día.
Tan vago fui que no logré mi propia meta. El domingo me lo tomé libre, y comí rico todos los días, a veces incluso pagando. Eso sumado a que el precio del pedestal bueno ascendía a Bs$130 y la percusión de pie $130, hizo que tuviera que recurrir al fiel cajero como el falso jipi que soy para poder completar mis designios. De todas formas es una inversión. Como dicen por ahí, “soy como los boxeadores/ manejo mal el dinero/ gasto todo en mi carrera/ porque el arte va primero.” Pásate un rollo.
Pasé el lunes desde temprano caminando por todos lados para tachar toda la lista. La percusión de pie está increíble, la armónica bien para aprender, los hilos peruanos y malos, pero para punto colombiano van bien, y las pelotitas las encontré a último momento. No me quedó nada pendiente. Estrené la mochila pequeña que me regaló Cacho en Sucre para introducir mis nuevos juguetes, y partí de vuelta en la trufi a Samaipata, a investirme de flamante cuidador de animales refugiados.
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