Corumbá – Brasil

Va caminando sin rumbo, lleva la calma del vagabundo. Pero dejando la vida donde mande la ocasión.

La Vela Puerca – El Viejo

La mañana comenzó normal. En dos meses más, al menos en mi mente, volveré a ver a Ariane, y por ahora la vida y el viaje continúan. Me desperté temprano, caminé hasta el mercado por mi desayuno de ensalada enorme de frutas, y comencé con el plan matinal. Al día siguiente se vencía mi visa, por lo que debía renovarla si quería seguir trabajando o simplemente permanecer en Bolivia. Para las renovaciones, además de pedirte los papeles que para la primera vez (declaración jurada notarial y foto carnet, ni idea para qué repetir lo mismo ¿no tienen un sistema computacional o algo?) y la plata, te piden también certificado de antecedentes legalizado ante el consulado chileno y luego ante la cancillería boliviana, la real audiencia española y el grupo bilderberg. Fui primero al consulado, donde por el equivalente a 5 dólares me dieron el papel con sus respectivos sellos y estampillas, y me informó el funcionario que no fuera a la cancillería boliviana, porque ahí me iban a cobrar 50 dólares por el trámite, que lo presentara así no más y que así lo hacen todos. Chucha, pensé, eso ya es mucha plata, y no tardé nada en acatar la recomendación del compatriota.

Como previsoramente guardé una de las fotos que me tomé en Sucre para este mismo trámite, solo quedaba la declaración ante notario. Pero claro, estoy en Santa Cruz y cuesta el doble, 70 bolivianos en lugar de 35. No es que sea mucha plata, pero más los 200 y tanto del pago, no me alcanza para todo, tendría que trabajar mucho y no me dan las ganas, el caso es que decidí mandarlo todo a la mierda. Partiría a Brasil, utilizando el tren de Bs$70 que había visto con Ariane, que justo partía este día a las 13:30.

Como era temprano, en el hostal armé mis cosas y me fui sin dramas. Llegué a las estación pasadas las 11:30, compré el pasaje y dejé las mochilas. Tendría tiempo para trabajar un rato y almorzar. Pese a que solo había practicado una vez en Samaipata, logrando en poco tiempo coordinar un poco, decidí estrenar el pandero media luna para el pie, y con él y el uke salí a las micros. Pese a que lo usé solo para tocar figuras blancas (un golpe cada dos tiempos) durante toda la canción, fue un éxito rotundo. La percusión es la mejor amiga de la cuerda, y me dio la impresión de que me pagaron más esas micros, además de captar varias veces las miradas curiosas de los pasajeros para ver de dónde venía el sonido de pandero. El hombre orquesta está en proceso, ya solo falta trabajar la armónica. El caso es que en poco tiempo me hice para el almuerzo y recuperé la plata del pasaje. Aún no sabía cuánto iba a extrañar que fuera tan fácil hacer la moneda.

El tren era bonito, asientos cómodos de nada mal reclinación, ventanas amplias y aire acondicionado. Solo faltaba el vagón comedor, porque estaba en reparación, pero no iban a ser 17 horas de viaje tan malas, salvo que extrañé un montón a Ariane. Hubo algunos contratiempos, alguien le robó plata a la maleta del conductor y estuvimos detenidos en no sé dónde mientras la policía hacía las interrogaciones correspondientes, pero llegamos a Puerto Quijarro sanos y salvos a la mañana siguiente.

Con dos personas que conocí en el tren tomamos un taxi hasta la frontera, pero estaba llena de gente en fila, pues aún no abrían, así que salí a caminar, cambiar plata y comer algo por ahí para hacer hora. Degusté por primera vez las salteñas, que son básicamente unas ricas empanadas de carne. Wow, primer punto a favor en la pobre gastronomía boliviana, pero ya abordaré eso en otro momento. Tipo 11:00 volví a la aduana, ahora vacía, así que más o menos rápidamente pude entrar a Brasil. El plan era poder entrar con el carnet, pues el pasaporte de poco sirve para este tipo de viajes, facilita el control y la fiscalización, las veces que entraste y saliste, y puede ser perjudicial. El carnet en cambio no deja más registro que el papel que te dan en la entrada, mucho menos drama. Por suerte no hubo problema, y dejé mi pasaporte bien oculto no más, al menos hasta que salga del Mercosur.

Probé suerte con el dedo y me llevaron a Corumbá, ciudad brasileña a unos 7 kilómetros de la frontera. Entrar a Brasil y escuchar ese alegre portugués supuso una mejoría notable en mi estado de ánimo. No duraría mucho. El hostal más barato que encontré costaba $30 reales (unos $60 bolivianos). Nada de barato para lo que estaba acostumbrado, y solo tenía 20 reales, pero estaba tan confiado en que tenía todo el día para hacer plata que me quedé, y me dejaron pagar los 10 restantes después.

Me instalé, tomé el ukelele y la media luna, y salí a conocer. Me pareció una ciudad poco atractiva y de escaso movimiento, pero estaba recién partiendo. Ensayé mi portuñol preguntando dónde estaba el centro, y busqué restoranes, pues ya era medio día. No había nadie comiendo en ninguna parte, poca gente caminando, ninguna micro, en fin, ninguna fuente laboral, mucha hambre, y no tenía ni un solo real encima. Para colmo, mi estado anímico no era el mejor, quería hablar con Ariane y mis mensajes aún ni le llegaban (maldito whatsapp y su sistema hecho para provocar ansiedad, funciona conmigo). En definitiva, a la mierda todo, voy a sacar plata una vez, qué tanto, para eso la ahorré. Pruebo en un cajero, de mi mismo banco encima, y me dice que no acepta. Qué raro, no tuve problemas en Argentina ni Bolivia cuando saqué plata, y eso que ni era el mismo banco. Bueno, voy a otro cajero, lo mismo. Rarísimo. Decido ir directo a la sucursal del banco, donde me explican que efectivamente no podré sacar plata, ni de débito ni de crédito. Ooops.

Desmoralizado, famélico y sin dinero, me senté en la acera a analizar mis opciones. Lo primero que tenía que conseguir era comida, el resto ya se verá, y lo único que tengo es el uke, bueno, a buscar cualquier lugar. Ya eran casi las 14:00, y no quedaba casi gente almorzando. Lugar vacío tras lugar vacío, encontré una pequeña cafetería con dos mesas ocupadas. Nunca toco si hay menos de tres mesas, pero mi situación era desesperada. En rústico portuñol y con mi sonrisa carismática me presenté: Muito bon dia a tudos, meu nome es Andres, eu vengo do Chile, y voy a tocar un poquinho de musica para vocês. Eu nao falo muito portugues, nao se cançoes en portugues, asi que voy a cantar en espanhol, espero me disculpen. Miré a las mesas a ver si habían entendido lo que dije, parecía que un poco. No importa, comencé por Tú Cárcel. Ninguna reacción, se fue una mesa y me dio dos reales. Creo que dije algo más, y luego toqué Gracias a la Vida para la única mesa presente. Antes de la mitad de la canción se fueron, dejándome otros dos reales. Ya sin público, terminé la canción por amor al arte. Cuatro reales en total. Me acerqué al mesón y pregunté qué podía servirme por cuatro reales, a lo que me indicaron algunas masas. Pedí la que me parecía más contundente, y me senté. Era un almuerzo más que frugal, pero mucho mejor que nada, y agradecí tener comida delante mío. En eso estaba cuando se acerca a mi mesa el hombre que me atendió, y me trae otro de los que compré, y además una bebida. Lo miré con una gratitud que no recuerdo haber experimentado antes. No es lo mismo que te regalen el alimento teniendo de todas formas para comer, a que te lo obsequien cuando realmente no tienes ninguna otra opción. Meu hermâo, muito, muito obrigado, de coraçao, improvisé, poniendo mi mano en mi pecho, conteniendo por orgullo y vergüenza la creciente humedad de mis ojos.

Comí todo, que además estaba exquisito, agradecí a más no poder, y salí nuevamente a ver cómo podría hacer plata, sabiendo que habiéndome alimentado tenía solucionados mis problemas por unas tres o cuatro horas más. Me encontré con un artesano colombiano, buena onda, a quien consulté por cómo hacer la plata, pues se me estaba haciendo difícil. Me informó que efectivamente lo era, que él se quedaba en una iglesia donde le daban alojamiento, almuerzo y cena (anoté el dato), y que la manera más fácil de hacer plata era… pedir limosna. Así de simple. Hablar un poco de portugués, lo suficiente para solicitar ayuda y un real, y rogar por plata descaradamente. No me gustó mucho la idea, o sea, lo que hago (y más considerando la calidad de lo que hago) no se aparta demasiado de la mendicidad, pero ya derechamente dedicarme a mendigar no me parecía, menos teniendo más de un par de miles de dólares en el banco, aunque sea en otro país. Una moral extraña y flexible, pero moral al fin y al cabo.

Me acomodé en una esquina céntrica, puse frente a mí un sombrero de plástico que me encontré tirado, y me puse a tocar. Unas diez canciones después, había un real en el sombrero. Preocupado emprendí rumbo al hostal a pensar un poco qué carajo podía hacer. En el camino me topé con una pareja de artesanos y su hijito, que me informaron de un lugar donde por Rs$15 se podía tirar la carpa, ¡la mitad de lo que yo estaba pagando! En este momento, esa mitad lo ers todo para mí, así que de inmediato aceleré rumbo a mi hostal, a ver si me dejaban irme sin pagar esa noche. Esta vez había un viejo con cara de mala onda, el dueño probablemente, y pese a que le expliqué y re expliqué mi situación, se mantuvo inflexible en su política de cobrarme. Qué hijo de puta, ni siquiera tenía aún para pagar esa noche. Me encerré en el cuarto rumiando la frustración y el enojo, y dormí una siesta para renovar mi estado mental.

Cuando desperté ya estaba oscuro, eran más o menos las 18:00. Bueno, nada que hacer, hay que juntar la plata como sea. Tomé las 3 pelotitas que me había regalado el Feña, y salí a la calle. Me animé echando mano de todo mi amor propio, que vamos culiao, soy A.C., cuándo me ha ganado una weá así, y el primer semáforo en rojo que vi con un par de autos, salí a sonreír y tirar mal tres pelotitas. Me pagó Rs$2. Bien, ya solo faltan 8 y pago el hostal. Llegué al semáforo bueno que había detectado antes, pero estaba la pareja, así que fui a otro bastante peor. No pagaba y no pagaba y no pagaba, y ya me costaba mantenerles la sonrisa a los autos. En alrededor de una hora junté apenas Rs$5 más, la verdad estaba malísimo el lugar. Volví al bueno, y la pareja, que ya había juntado una suma considerable (tener el coche con el hijo al lado es casi hacer trampa), me dijo que compartiéramos, saliendo uno y uno. Así que ahí, en un rato más, logré juntar lo que me faltaba para el hostal, y un poco para comer. 

Triunfante, volví y le pagué la noche al viejo amargo, sintiéndome genial de haber superado una especie de desafío. Con la moral a tope nuevamente, volví a la calle para conseguir algo de comer. En el camino vi un cajero automático que tenía un símbolo ATM. Resulta que pude sacar plata.

Al final, siempre es todo un juego.