Mucho peor que ver una araña en tu carpa, es dejar de verla.
Dicho y hecho, salió un techo de última hora, y de forma permanente. Resulta que había dejado la bici en la casa de una artesana cuyo contacto me mandaron, y ella accedió buenaondamente a custodiarla mientras yo trabajaba. Se trataba en realidad de un terreno particular subdivido en habitaciones para alquilar que dan a un pasillo común, había una palabra para esto pero no me la acuerdo. Entonces, al volver de mi extenuante jornada laboral, resolví preguntarle a la dueña si acaso le quedaba un cuarto disponible, lo que fue respondido afirmativamente, pero que solo se arrendaba por mes. Con ayuda de Valentina, la artesana, la convencimos para que me lo arrendara por día. Resultó ser un cuadrilátero de cemento, de unos 3×2 metros, sin luz, y con un enchufe. Bueno, no necesito más, y es más barato y tranquilo que el hostal.
Varios días estuve allí. De repente me iba un día o dos a algún CS, pero siempre volvía a mi cuartito. Me hice muy amigo de Valentina, que vive ahí en un par de habitaciones con sus dos niños. Una mujer muy tranquila, simpática y maternal, creo que me cae muy bien porque me recuerda a mi propia madre. Solíamos almorzar y cenar juntos, cada uno aporta con verduras o arroz o fideos o lo que sea. Me enseñó un par de puntos y técnicas de macramé que no tenía, y también cantamos canciones andinas, pues ejecutaba ella la zampoña y la quena.
No obstante que estaba bien, ya llevando unas tres semanas en Posadas tenía muchas ganas de partir. Estando ya mi carpa arreglada no existía ya óbice alguno para seguir, así que al primer día soleado partí. Existen dos rutas nacionales que recorren la provincia de Misiones hacia Brasil, la 12 y la 14, y decidí que seguiría por esta última, dado que los testimonios que recogí la sindicaban como más bella y con berma por toda la ruta. Tendría que hacer un tramo por la 12, luego tomar la ruta provincial 3, y con ella empalmar con la 14.
Pero no contaba con el legendario calor de Misiones, y el sol que se exhibía ese día no era el amistoso y regular, sino uno que quemaba la piel la exprimía por su sudor. No entiendo muy bien el efecto, asumo que es también en gran parte por la humedad, y a la hora de pedaleo ya me venía fatigando. Quise tomar agua, pero ya se había calentado mucho más allá de lo buenamente tomable, aún en esas condiciones. Logré llegar al empalme con la ruta 3, y en esa esquina vi una especie de cabaña de policía. Apenas me bajé de la bici sentí cómo se me dormían los brazos, me temblaban las piernas y me daba vueltas la cabeza. Esto debía ser lo que, en términos de la página española que me enseñó todo sobre viajar en bici (rodadas.net), llaman “la pájara”, más conocida como fatiga. Los policías al verme así me trajeron agua y un choripán, que no pude comer en ese momento, y me indicaron que podía quedarme ahí sentado, pero no acostado pues sino el jefe llegaría y querría llevarme detenido, así que apenas pude tomé mi acolchado y me acosté a la sombra de un árbol cercano.
Dormí una pequeña siesta, pude comer el choripán, y me sentí listo para partir. El sol seguía pegando demasiado, pero calculé que podría cubrir los 10 km que faltaban para el siguiente pueblo, Cerro Corá, y que ahí me quedaría, pues era imposible continuar en estas condiciones. Llegué, y en el único negocio abierto me instalé a hacer pulseritas, con el beneplácito de los dueños y su familia, y me regalaron almuerzo, así que les di pulseritas a todo. De una heladería me obsequiaron un paquete de yerba mate, así que me dediqué toda la tarde a la artesanía y a tomar tereré, y de noche acampé frente a la policía, preparándome una polenta con perejil y cebolla, todo regalado por mis improvisados anfitriones diurnos. Extrañaba esa sensación de autointimidad de cocinar en el espacio que queda de “patio delantero” de la carpa, cortando con una cortapluma las cebollas y el perejil sobre una sartencita, y luego comer dentro. Hace muchísimo que no utilizaba mis ollas y mi anafe portátil, son verdaderamente un agrado.
La atmósfera fue algo más benevolente el día venidero, y el calor, si bien abrasador, era un poco más soportable. No así la ruta, que contenía demasiadas subidas, y quizá por falta de entrenamiento me obligó a caminar con la bici al lado durante varios trechos. Luego empezó la lluvia (clásico clima misionero), y una camioneta se apiadó de mi y me levantó sin que yo hiciera dedo, llevándome hasta Cerro Azul, el pueblo ubicado en el empalme con la ruta 14. Ahí almorcé mientras se desataba la tormenta eléctrica, y apenas amainó un poco continué, llegando hasta Alem. Cansado del calor y la lluvia me acuartelé en una YPF y me puse a hacer y vender pulseras, descubriendo una técnica infalible: – ¡Hola! ¿todo bien? Mira, estoy viajando en ESA bici (apunta a la bici más cargada del mundo, a sabiendas de que mi interlocutor imagina un esfuerzo titánico y se activa su culpa cristiana indicándole que debe asistirme) y me financio vendiendo estas pulseritas, ¿te gusta alguna, y así me ayudas?
Impresionante como se vendían así, creo que solo una persona me dijo que no, esta es la técnica definitiva. No más renegar en las plazas tratando de que alguien compre alguna a precio irrisorio, no señor, ahora exhibo la bici y vendiéndolas “a colaboración” hago la plata del día en un ratito, ¡y en ruta!, sin necesidad de parar a “ahorrar” en la ciudad. Maravilloso, esperemos que siga operando así.
Cuando ya estaba por dormir en un rinconcito que me dieron en la estación, una camioneta con dos personas que conocí en Alem se ofreció a llevarme hasta Oberá, lo que acepté, y repetí exitosamente el proceso de venta en una estación de servicio de allí, mientras me cocinaba otra polenta con perejil, y hasta ducha me prestaron. Se venía otra tormenta fuerte, pero la policía me indicó que podía dormir en un lugar llamado “Parque de las Naciones”, donde había dentro un galpón bajo el que podía armar mi carpa. Así lo hice, y apenas me puse a cubierto cayó una tormenta de aquellas en que llueve de abajo hacia arriba y hacia los costados y para adentro y para afuera, y caen rayos y se oyen truenos desde las ocho direcciones. Una sinfonía impresionante a cuya melodía me dormí.