Mencioné anteriormente la existencia de estos lugares, cuyo nombre verdadero se pronuncia algo así como “yimyilbang”. El asunto es que son muy agradables para quedarse, además de ser la alternativa más económica, por lo que cada vez que llego a una ciudad o pueblo nuevo, lo primero que hago es instalarme en el yimyilbang respectivo. Nunca he visto ningún extranjero, siempre son solo coreanos, lo que hace que a ratos me sienta, igual que en otros muchos lugares de este país, como un tercero.
Va mirando por la ventana. Se sorprende que, pese a haber transitado ya varias carreteras, nunca haya visto un paisaje yermo, eriazo, ralo. Los interminables cordones montañosos -cerrosos, más bien- siempre completamente cubiertos de frondosos árboles, es imposible ver un centímetro del suelo de esos cerros. El bus sale de su vía exclusiva, entra a la zona de descanso como en cada viaje. A veces resiste la tentación de comer, se va dando cuenta de que quizá toda su glotonería no es más que un reflejo ansioso. Otras, se entrega, y decide entre las espantosas opciones. Esta vez se decide por un hot-dog con queso, arrepintiéndose ya antes de pagar el inflado precio. Le molesta estar consumiendo esa materia repugnante, no tanto por su sabor sino por esa substancia infecta que la compone, de antinatural y sospechosa homogeneidad.
El yimyilbang de Tongyeong es hasta ahora mi favorito. Habiendo descrito su geografía, resta ilustrar un poco sobre sus particulares dinámicas. Su desolado e indeterminado quinto piso, que siendo destinado al lugar para el internet, tenía sin embargo unas cuantas cuevas para dormir, donde solo residía yo y un fantasmal vecino coreano. Su gran salón de baño, entrando a la izquierda están las duchas, donde los coreanos usan unas especies de trapos ásperos para lavarse, que se frotan hasta desgañitarse, como si quisieran arrancarse una capa de piel. A la derecha está la zona de la higiene profunda, consistente en espacios individuales con un espejo, una especie de bacinica plástica para sentarse, y una ducha teléfono. Aquí pueden pasar largos períodos mirándose y realizando auto abluciones de lugares del cuerpo que ni siquiera sabía eran susceptibles de higienización. Son limpios estos coreanos, con razón no existe aquí el desodorante. El centro del salón lo ocupan tres jacuzzis circulares y tangenciales, todos con agua caliente a distintas temperaturas, solo uno de ellos con un tímido hidromasaje. Más atrás hay un jacuzzi alargado, con apoya brazos. Al fondo se ubican los dos saunas, uno que bordea los 50° y otro los 80°, en ninguno puedo resistir más que unos cuantos minutos. Flanquea el lugar una larga piscina temperada, para refrescarse un poco luego de los saunas, y donde con un botón se activa un chorro de agua superior, cuya potencia está en el límite de lo dañino, donde uno puede colocar e ir meciendo la espalda y el cuello para entregarlo al duro masaje hídrico. La cafetería del tercer piso tiene lo básico, unas cuantas mesas asiáticas para sentarse en el piso, unos cojines y una televisión. La persona que atiende no entiende nada de inglés, pero por suerte logramos una dinámica en que cada mañana sabe que quiero café y un omellete, lo que es muy agradable. Finalmente las recepcionistas ya me conocen y me permiten entrar y salir a placer del lugar, algo que luego averiguaría no se puede hacer sin volver a pagar, y que es conocido aquí como usar la “tarjeta de extranjero”.
Está borracho. Se juntó con gente de couchsurfing que resultó ser aburrida y poco interesante. Anuncia que se va, sabiendo que lo van a intentar convencer de continuar la velada con la tentación de ingerir alcohol. Se deja convencer, a sus veintisiete años no sabe o ha olvidado cómo realizar su propia voluntad ante una masa en algarabía. Compran mucha soyu saborizada para pocas personas, acaban bebiendo en una plaza, todos ebrios, practicando absurdas dinámicas y juegos de borracho. Que tapitas, que cultura, que quien toma, que penitencias, que dar un piquito a la japonesa, que otro al coreano. Piensa que besó antes a un coreano que a una coreana. Las cosas de la vida (beoda). Qué lindo sería ser bisexual. La japonesa no puede tenerse en pie, deben tomar un vuelo en la mañana con el francés, se despiden. Se desarma el grupo. Vamos con el turco y la otra japonesa a un club. Qué carajo estoy haciendo aquí. Se escabulle, se va, vuelve a casa. El veneno alcohólico le hace despertar los peores pensamientos, el vacío, el sinsentido, como en otra ocasión lo hizo la cocaína. Malas drogas. Conversa con gente que está lejos, encuentra sus cálidas respuestas. Decide dormir, sabe que la mañana y la sobriedad volverán a vestirlo de normalidad. Sueña.
El yimyilbang de Jeonju es difuso en mi memoria, quizá porque solo estuve dos días. Estaba muy cerca de la hanok village y de los lugares que debía visitar. Recuerdo bien el tercer piso, la zona para dormir, un amplio salón en forma de L, bordeado en dos de sus lados por varios saunas secos. Unas pocas cuevas adornan una esquina, todas ellas con símbolos de propiedad y dominancia de los inquilinos que llegaron a ellas primero. La cafetería ofrece algunas chatarras para comer, unas especies de hamburguesas que en lugar de pan tienen arroz (qué sorpresa), pizzas, y por supuesto variedades de ramen. No hay wifi. Dos mesas normales con tres sillas cada una, y cuatro mesas asiáticas, que cada vez me parecen más confortables. Duermo junto a una pared, con tres colchonetas, ya me voy acostumbrando. De la fisionomía del baño no puedo recordar, perdió el interés de las primeras veces.
Sale con una suiza, de couchsurfing. Ella le dice que está de cumpleaños. Caminan por la noche de Seúl, buscando un bar, pero curiosamente no abundan. Es de noche y hay más tiendas de cosméticos, ropa y fitness que bares. Entran a uno, unas polémicas escaleras conducen a un subterráneo. Una pequeña barra ocupada por una única mujer en vestido negro se da vuelta, parece extrañada de algo. Nos vamos. Finalmente entramos a un restorán donde hay cerveza y soyu. Tomamos, conversamos, nos llevamos muy bien, es reconfortante salir con alguien con quien no hay que fingir que uno se lleva bien, ni esperar impaciente alguna excusa no hiriente para irse a la mierda lo antes posible. Marcados cortes en ambas muñecas, ya cicatrizados. Una depresiva, ¿existirá causalidad entre eso y su inteligencia? Comemos. Es tarde, están cerrando el local. Volvemos a la luminosa noche de Seúl. ¿Me puedo quedar en tu casa? No, lo siento, me encantaría pero el departamento no es mío. Me enorgullezco fútilmente de mi sensata y respetuosa respuesta. Igual te voy a dejar. Caminamos. La velada acaba con besos interrumpidos a la entrada de su hostal, por la llegada de huéspedes. La volvería a ver el día siguiente. Y nunca más.
El yimyilbang de Sokcho es lindo y tiene cafetería y mantas y cuevas y bla bla bla…
Disfruta del sector de baños propiamente tales. De la desnudez compartida, sin nada de obsceno, nada de pornográfico. Se mete al jacuzzi hasta el cuello, observa los cuerpos desnudos. Ancianos, adultos, jóvenes, niños. La publicidad, el fitness, el maquillaje, las redes sociales, todo es valor de exposición, todo se muestra de forma obscena, nada queda oculto. Piensa que lo escribirá, lo escribe en su mente, usando conceptos de libros que acaba de leer, y que no está seguro de entender completamente. Hasta los amantes casuales y los no tanto desprecian el erotismo en favor de la performance, las líneas aprendidas en internet, las expectativas que cumplir. Aquí nadie está exhibiendo nada, es solo goce y libertad. Probablemente es el más vanidoso de toda la sala, el único que se mira al espejo para algo distinto de comprobar su higiene.
Otra vez estoy borracho. Ahora en otra ciudad, en que conocí a la comunidad de profesores norteamericanos. Todos los extranjeros fuera de Seúl son profesores de inglés, en uno de los mil programas del gobierno gringo, canadiense, coreano, o bilaterales. Enseñan a todas las edades, primaria, secundaria o universidad, incluso de escuela elemental. Son también de todas las edades. Trabajo asegurado tienen estos gringos, y todos tienen la misma vida, de día el trabajo en Corea, de noche la fiesta en Corea, fin de semana de compras, y así por años, algunos uno o dos, otros hasta doce. Qué vidas extrañas, ¿o es lo mismo no más? Me quedo en casa de Theresa. Duerme en ropa interior, compartimos cama. No, no pasa nada, ni el masaje funcionó, inédito. Será, mañana me voy, buenas noches.