– Lo que más le gusta a los monos es joderte. Y ellos saben cómo, lo tienen en su genética. Si hay un computador y un vaso de agua, el mono sabe que el agua tiene que terminar sobre el computador. Son unas porquerías. Los amo.
Nathan, un francés del refugio.
El día que partí de vuelta a Samaipata para trabajar en el refugio había bloqueos en la ruta, producto de protestas de los camioneros por unos beneficios impagos de hace años. Cada bloqueo consiste en un grupo de camiones estacionados en el mismo sentido de la carretera, pero en el medio de ésta, y mucha gente en los alrededores dedicadas a matar el tiempo y pasar el día, jugando cartas, comiendo, conversando y teniendo asambleas y reuniones, como cualquier toma. Entonces, para cruzarlo se debe hacer a pie: se llega a un extremo del bloqueo en alguna movilización (o movilidad, como le llaman en Bolivia), se cruza caminando, y se toma otro vehículo al otro lado, hasta el siguiente bloqueo. Normalmente tienen un largo de entre quinientos metros a dos kilómetros.
Entre Santa Cruz y Samaipata había solo dos bloqueos, por lo que luego de un micro urbano, una trufi y un mototaxi llegué de vuelta a Samaipata. Caminé los poco más de dos kilómetros hasta el refugio, y me presenté. Me recibió Palu, la suiza dueña, me dio la bienvenida y le pidió a su hijo Maiku que me mostrara mi habitación, que compartiría con la francesa Lea. Por cierto, todos en el refugio son franceses, soy el único latino, así que algo de francés aprendería. Dejé mis cosas y me invitó a fumar. Empezamos bien.
La vida en el refugio es ligera, sin nada en la espalda y nada en los bolsillos. Comenzamos a las 07:00 con el desayuno, que cuenta con bastantes opciones y sobre todo fruta, y luego repartimos las tareas si no lo hicimos la noche anterior. Las cosas que hacer todos los días se dividen en tres: limpiar las jaulas y las superficies donde comen los animales en libertad; cortar la fruta y verdura y darla de comer a los animales; y preparar la comida para los perros y los humanos. Ya que cortar suele ser lo más tedioso, si hay más de tres voluntarios suelen quedarse dos cortando, y uno para cada una de las otras tareas.
El primer día me tocó limpiar las jaulas, que pese a como suene, la verdad es un quehacer tranquilo y nada desagradable. Compartes mucho con los animales, los conoces, y a muchos puedes acercarte e interactuar, pues están acostumbrados a los humanos. Me sorprende lo amistoso que es el pequeño ciervo, lo violentos que son los tucanes, lo hermoso del gato montés, lo tranquilo de los búhos, lo escupidor de las llamas, y lo hediondo del jabalí. Pero lejos lo más interesante son los monos. Hay tres especies de monos aquí: capuccinos, aulladores, y otros chicos amarillos en libertad que no sé como se llaman, pero que no se acercan a las personas, y luego llegaría también una mona araña. Los capuccinos se dividen en grupos, pues actúan en clanes y no se llevan bien unos con otros. Hay dos jaulas, cada una con un clan, y otro grupo en libertad por todo el refugio. También hay dos jaulas individuales más con capuccinos que no pertenecen a ninguno de los clanes, y una bebé, Tita, que vive en la casa y pasa compartiendo con las personas. Son monos inquietos y juguetones, y fundamentalmente misóginos. De hecho, a una de las jaulas no pueden entrar mujeres, y a la otra derechamente no puede ingresar nadie que no sea un hombre con barba (de hecho, solo yo estaba encargado de limpiar esta última, sin importar la tarea que me tocara ese día).
Luego están los dos monos aulladores, Dona y Chita, que viven en libertad y son como las mascotas de la casa, de hecho pernoctan sobre el refrigedador. Son amistosas y es lo máximo compartir con ellas, se te suben encima, te caminan, y básicamente uno es una plataforma ambulante para ellos, de improviso te saltan encima sin ninguna consideración. Eso sí, Chita puede morder a las mujeres si hacen algo en contra de su voluntad, para moverla o sacarla de algún lugar tiene que ser un hombre. Finalmente llegó Victorina, una mona araña, tremendamente interesante. Tiene brazos, piernas y cola larguísimos y una agilidad tremenda, de esa que te muestran en el Discovery Channel. Trepa por todos lados sin ninguna dificultad, y cuando te abraza prácticamente te rodea completo con sus extremidades. También hace un sonido muy cliché de mono. Después de compartir un tiempo con monos, no cabe ninguna duda de que son como personas, pero mejores.
A las doce en punto almorzamos todos juntos, voluntarios, Palu y su familia, y distintas personas que de repente pasan por ahí. El día que me tocó hacer el almuerzo estaba intranquilo, pues jamás había cocinado para quince personas, pero por suerte mi guiso de lentejas y verduras quedó de lujo. Luego tenemos libre hasta las dos, horario en que hay distintas tareas que hacer, como limpiar la casa, acompañar a Palu a la feria a por la fruta, pintar o construir ciertas cosas, o a veces absolutamente nada. Finalmente, a las cuatro y media se corta fruta y se alimenta a los animales, y uno de los voluntarios se encarga de hacer el pan para el día siguiente. Con el paso de los días me apoderaría de esta última tarea, ya que mi pan integral con ajo y orégano no hacía más que ganarse elogios, y a nadie más le gustaba mucho amasar.
A las seis en punto quedas libres para hacer lo que quieras, ir al pueblo, conversar, comer, etc. En mi caso, me dedicaba a practicar con mis nuevos juguetes. La percusión de pie es increíble, creo que la voy a romper con ella, pero la armónica me cuesta más, no es tan sencillo. Sobre los hilos, cada vez más me convenzo que quizás la artesanía no es lo mío, se requiere demasiada paciencia. Lo único artesanal que hice fueron pipas de todas las frutas y verduras posibles, ya que los hijos de Palu son unos drogadictos y siempre están sacando marihuana.
Así, entre animales, práctica, pipas y voluntarios franceses que iban y venían pasé dos semanas en el refugio. Una bonita experiencia que no cambio, pero ya es hora de seguir de viaje. El día de mi partida justo Palu iba al pueblo en la camioneta, así que aproveché el viaje y me dejó donde paran las trufis para Santa Cruz, donde pienso renovar mi visa de trabajo y quedarme un tiempo tranquilamente juntando plata, viviendo bien, practicando y viendo la Copa América y la Eurocopa.
Tras unos diez minutos de espera en que no pasaba nada, una trufi venía acercándose por la entrada al pueblo, y sin frenar, entró en la carretera. Corrí un poco y le hice señas. Casualmente tenía un espacio libre, por lo que paró y me subí. Todos los asientos ocupados por bolivianos, excepto el mío y el de una chica con claro acento español. Ahí conocí a Ariane.