De vueltas, cataratas y matrimonios.

– Weddings are basically funerals with a cake.

Rick Sánchez

Otra vez me pilló el desfase de meses, pero al carajo, es lo que hay, voy a hacer un resumen como los que leía en la universidad, es decir, para el 4,5 (que se aproximaba a 5 en esa carrerita poco seria).

El camino en bici a Ciudad del Este sólo corroboró que viajando en bici todos te ayudan. La hospitalidad paraguaya me ofreció más de una vez una habitación de casa particular, y en Foz de Iguazú la Asociación de Ciclistas tenía una casa exclusivamente para recibir a viajeros en bici. Todo súper bien, salvo por un brasileño raro que me ofreció combos, pero esa historia queda para otro chaogracias.

Conocí la represa de Itaipu, la segunda más grande del mundo, y las Cataratas de Iguazú del lado argentino. Indescriptible, no voy a hacer intentos de poesía al respecto, hay que ir no más. Tiene el mismo efecto que Machu Picchu, pero para las cataratas. En efecto, una vez visitada la ciudad incaica, probablemente nunca más un sitio de ruinas  y rocas viejas apiladas me va a impresionar (salvo quizá las pirámides de centro américa, méxico y egipto, pero ya llegaré); asimismo, una vez visitadas las Cataratas de Iguazú, es poco probable que otra catarata me sobrecoja de esa forma. Espero equivocarme (¿Niágara, tal vez?)

Luego de esto pensaba meterme más a Brasil, pero como Leandro (de Villarrica, Paraguay) me invitó a su matrimonio, me devolví para honrar su invitación. Eso sí, como llovía tanto, a los 40 kilómetros me aburrí y subí la bici a un bus. Es otra de las ventajas de la bici, no te quita la posibilidad de viajar en bus si se hace necesario.

Diez días estuve en su casa antes de la fecha del matrimonio. Primero fue el civil (al que Leandro asistió luego de pedirme unas pitadas, ¡se casó volado!), y dos días después la fiesta, para la que me conseguí un traje y todo. Una producción impresionante, unos 300 invitados, banda en vivo, cena buffet y alcohol ilimitado. Además, el mozo parecía tener instrucciones específicas de emborrachar a los comensales, pues cada vez que tomaba aunque fuera un sorbo de vino de mi copa el tipo aparecía y me la rellenaba, más arriba de donde estaba si podía. Solidariamente, yo no hice nada por obstaculizar su trabajo.
Como luego de la fiesta Leandro se llevaba a su ahora mujer a vivir a su casa, naturalmente yo no seguí ahí, y había instalado ya mi carpa en una placita adyacente a la estación de bomberos, donde había un grupo de seis argentinos viajando juntos. Tipo 5 de la mañana salí de la fiesta hacia la casa de Leandro, de alguna manera llegué y me saqué el traje, calzándome mi ropa de pordiosero siempre, tomé tres vasos de agua al seco y al hilo, y partí a desvanecerme en la carpa. Amanecí obligado por el calor del sol y la convección de la carpa, logré erguirme en dos pies antes de llegar al baño (para no perder el garbo frente a los voluntarios de bomberos), y me quedé ahí un buen rato. El agua de la noche ayudó a disminuir la cefalea, pero no así las consecuencias gástricas de la masiva ingesta de tinto. Purgado ya mi tracto intestinal, volví para conocer al nuevo grupo de viajeros.

Me di cuenta de cuánto necesitaba compartir con gente que anduviera en la misma sintonís que yo. Solo el acto de estar ahí en compañía me hizo realmente muy bien, sumado a que además eran re buena onda. Dos o tres semanas estuvimos los siete ahí, viendo películas tontas en algún celular (los bomberos tenían wifi), jugando truco, pokemon (el antiguo, ese de gameboy color), fumando cantidades helénicas de marihuana (entre 20-30 pitos diarios, incluyendo algunos de proporciones jamaiquinas), y hasta trabajamos a ratos en el semáforo. Estuvo excelente en realidad, necesitaba algo de vida gregaria, se me pasó toda la sensación de soledad y búsqueda que solía acecharme. Pero como todo tiene su fin, llegó el día en que seguí de viaje, ahora con tantas ganas como cuando salí. El plan sería volver a Posadas, ahí hacer plata y arreglar la carpa que tiene los dos cierres rotos, y de ahí partir a Foz, pero esta vez por el lado argentino.

Un dolor en la rodilla me hizo descubrir una nueva forma de viajar en la bici, esta vez mucho más relajado. Ya no sentía la necesidad de hacer 100 o 110 kilómetros diarios, ahora solo pedaleé entre 40 y 60, y me detuve casi en cada pueblito que pasaba, con mucho día por delante aún luego de levantar campamento. Estuvo bueno, se conoce un poco más, se descansa más, y se apura menos. Además, en Paraguay los bomberos de todos lados te reciben, así que no tuve problemas con el alojamiento. Caazapá, Yegros, San Pedro del Paraná y Coronel Bogado, todos los pueblos donde paré antes de llegar a Encarnación otra vez. Un par de días ahí, y crucé a Posadas, donde estoy ahora (wow, llegué a la actualidad, momento histórico).

Llevo como dos semanas aquí, alojando a veces en couch, otras en el hostal barato, y otras en la playa. Estoy esperando que el tapicero me arregle la carpa para poder seguir, de lo que tengo unas ganas enormes. El problema es que ahora llueve, y según el pronóstico seguirá toda la semana, pero ya veremos. En el intertanto he conocido a un par de personas buena onda, pero estar en la ciudad ya no me gusta nada. Mucho ruido, gente, autos, me pregunto cómo me banqué tantos años en Santiago. 

Ahora mismo estoy en una pastelería que siempre me consume parte de mis ingresos (incomparable la repostería argentina, a años luz) esperando a que pare la lluvia para decidir dónde carajo voy a dormir hoy. Ya ni ánimo tengo de subirme a las micros a hacer plata para el hostal, pero parece que no hay remedio. Ojalá salga una casita de última hora por ahí.