La Pacha

Al despertar y salir de la carpa, Fanny, la señora del kiosko que está justo a 5 metros enfrente de mi carpa, me invitó a tomar unos mates y comer galletitas con dulce de leche. Charlamos largamente. Ella ha vivido toda su vida aquí, y ha visto cómo este pueblo de originalmente 7 mil habitantes se triplica, sin contar las cientas de casas de veraneo que tienen los tucumanos. Me comunicó que había llegado en el mejor momento, pues solo una semana antes el pueblo era un hervir de gente y había que hacer fila para absolutamente todo, sobraba el tráfico y los ruidos. Me relató la transformación que habían sufrido las estaciones del año, que ya no se reconocían como antes y el verano tenía lluvia y el invierno sol, además de que el Valle se cubría de una densa y espesa niebla en los meses de enero y febrero. Atribuí esto a los efectos del cambio climático, pero Fanny tenía una versión mucho más interesante: dado que hace años viene aumentando exponencialmente el número de turistas, caracterizados por no respetar nada y creerse los dueños del Valle avasallando los caminos en sus 4×4 y sus caballos, la Pacha había decidido castigarlos, ocultando la vista del Valle por todo el período de veraneo, y solo levantando su etéreo velo para el goce de los armónicos habitantes del Valle, una vez marchado el soberbio turista.

Luego de la enriquecedora lección y de un nuevo sandwich de milanesa de almuerzo, resolví realizar una expedición al mirador, ya que al parecer la Pacha me consideraba digno del Valle, y había regalado un radiante día soleado. Era apenas una hora hasta la cumbre del cerro La Cruz, y descubrí que el castigo de la Pacha de privar de esa vista era verdaderamente severo. Allí conocí a Gastón y Romane, un tucumano y una francesa que se alojaba en su casa mediante couchsurfing (nota mental: usar couchsurfing). Nos llevamos todos muy bien, y luego de que, a pedido del público, volví a prostituir mi insuficiente versión de Gracias a la Vida, acordamos cenar todos en casa de Gastón, plan al que se sumaron más tarde Matilde y René, otra francesa y un alemán que conocimos en la misma cumbre.

Compartimos una comida de humitas y bebimos fernet. René y Matilde continuaban su viaje hacia el sur, Gastón volvía a Tucumán a trabajar, y Romane regresaba unos días a Tucumán, ya que se queda en casa de Gastón, y luego sigue para el norte, a Cafayate, que es también mi próximo destino. Dada la buena onda, intercambiamos contactos y quedamos en que ella volvería a Tafí dentro de unos días para que hiciéramos dedo hacia el norte, hasta donde durara.

Así, asumiendo la perspectiva de contar con una supuesta, futura y temporal compañera de viaje, regresé a mi carpa y me dejé sumergir en el sopor del fernet.