AlphaGo y La Última Resistencia de la Humanidad

I’ll be back.

– Terminator

Durante siglos, el Go ha sido el juego por excelencia en las mesas asiáticas. Originario de China, el Go es considerado mucho más que una serie de piedras esperando ser estratégicamente colocadas. Las reglas del Go son simples, dos oponentes se enfrentan en un tablero cuadriculado, poniendo piedras en sus intersecciones, blancas uno y negras el otro, y quien rodee más territorio es el ganador. Las piedras en sí mismas no tienen ningún valor, depende totalmente del jugador el cómo utilizarlas para llevarse la victoria. El juego puede ser aprendido en diez minutos, pero convertirse en un buen jugador requiere inexorablemente de miles de horas de estudio.

Revestido del aura mística que otorga su carácter milenario, sus reglas fáciles, su desarrollo complejo, y la nobleza de sus adeptos, el Go es conocido por funcionar como espejo del carácter y naturaleza del jugador, pues para el juego del Go la habilidad y destreza por sí mismas no bastan, y se necesita creatividad, instinto, experiencia, espíritu, belleza y elegancia, todos elementos inherentes y propios del género humano. Así, se mantiene orgulloso de ser el juego de tablero más complejo del mundo, el único que, a diferencia del ajedrez o las damas, no ha podido ser resuelto por la fuerza bruta de los algoritmos matemáticos.

Hasta ahora.

Ya en 1997, la IA (Inteligencia Artificial) Deep Blue derrotaba al campeón de ajedrez Garry Kasparov, pero las IA destinadas al Go no podían superar a ningún jugador profesional. En 2012, una nueva IA pudo derrotar a un profesional de Go, pero jugando con cinco piedras de hándicap (ventaja para la IA). En 2013, la más avanzada IA creada hasta entonces derrotó a otro profesional de Go, pero jugando con cuatro piedras de hándicap. Nadie se alarmó, pues estos hándicaps son tan grandes que permitirían a un jugador superar a otro bastante más avanzado. La belleza y carácter misterioso del Go estaban a salvo.

Pero llegó el año 2015. La demiúrgica Google (quien más) anuncia que ha creado AlphaGo, una IA capaz de enfrentar y vencer a los mejores jugadores del mundo, sin hándicap. Como prueba preliminar, la enfrentaron con las IA anteriores en 500 juegos, resultando AlphaGo vencedora en todas y cada una de las partidas, ¿se atreverían los humanos a desafiarla?

El primero en recoger el guante fue Fan Hui, campeón europeo de Go, quien se enfrentaría a AlphaGo en cinco partidas. El resultado fue una masacre: 5 – 0 a favor de la IA. Esta es la primera vez en la historia que una computadora vencía a un jugador profesional sin hándicap. Pese a que hubo algo de revuelo, la comunidad de Go aún respiraba tranquila: el nivel europeo no se comparaba al de los jugadores asiáticos, que le darían una lección a los pretenciosos de Google.

El Campeón elegido fue el Surcoreano Lee Sedol, uno de los mejores jugadores de Go del mundo. Él enseñaría a Silicon Valley que no todo se puede recrear a través de ceros y unos, y la futilidad de su sacrílego juego de creerse dioses. En la previa, Lee declaró que vencería convicentemente a AlphaGo por cinco a cero, y los jugadores de Go alrededor del mundo pensaban lo mismo, pues no hay manera de que una máquina derrote a uno de los mejores jugadores del mundo, precisamente porque el Go no se resuelve únicamente con estériles cálculos.

El día 9 de marzo de 2016 se jugó el primer partido, y los fans del Go quedaron en shock al ver cómo AlphaGo vencía a Lee, obligándolo a rendirse en el movimiento 186. Con esto, la expectación sobre el desarrollo de los siguientes juegos se volvió noticia mundial, multiplicándose las transmisiones en vivo, saturándose todas con millones de espectadores. La batalla por la humanidad había comenzado.

Al día siguiente, ya con medio planeta observando, se jugó la segunda partida, con idéntico resultado. En este momento el asunto adquirió ribetes de catástrofe, hecatombe. AlphaGo parecía jugar cada vez mejor, y las chances de Lee se proyectaban mínimas. ¿Habían las computadoras finalmente resuelto el más difícil juego de tablero de la historia de la humanidad? AlphaGo se manifestaba como un segundo Nietszche, dispuesto a matar a dios en oriente, a refutar una premisa elemental, pilar de una cultura por miles de años.

El 12 de marzo se llevó a cabo el tercer juego. Lágrimas, desesperación, una ola de vacío y tristeza se expandía sombríamente al tiempo que AlphaGo se llevaba su tercera victoria consecutiva ante Lee. La máquina diseccionaba al hombre explicándolo parte por parte, demostrando de manera irrefutable que nada escapaba a su observación, que nada de incuantificable o no mensurable residía en ese montón de tejidos prosaicos. Que la hermosura son solo neuroreceptores, el amor un puñado de hormonas, y el espíritu una entelequia de la mente, nuestro propio entramado de unos y ceros. La Era de los Humanos daba paso a la Era de los Números.

Pero Lee, sin importar que habiendo perdido tres partidas era imposible ya ganar el encuentro, sabía empero que lo relevante no era aquello, sino derrotar al menos en una ocasión a la insolente hojalata. Un cinco a cero sería la claudicación de la condición humana, y él demostraría que aún poseía un elemento que la máquina ignoraba: la fe.

Dispuestos ya para empezar el cuarto juego, AlphaGo se mostraba inconmovida ante los esfuerzos y el tesón de Lee, y parecía encaminarse a una nueva victoria para hundir aún más, si era posible, a Lee y al mundo de los hombres. La derrota era inminente, el planeta observaba con resignación de suicida como se acercaba la estocada mortal, y sin embargo, algo extraordinario ocurrió, algo que AlphaGo no pudo prever: el movimiento 78. Ninguno de los numerosos expertos que comentaban las sendas transmisiones en vivo, anticipando las posibles jugadas y analizando las posiciones, pudo predecir que Lee jugara el movimiento 78. Lee se deshizo de una encerrona rival con una jugada tan inusual y brillante, que provocó lo que se pensaba imposible: el error de la máquina. Luego del movimiento 78 de Lee, la máquina se equivocó, colocando su piedra en una mala posición, lo que permitió la paulatina recuperación de Lee y, a la postre, la inédita rendición de AlphaGo.

Millones y millones en Asia y alrededor del mundo celebraron a rabiar la victoria de Lee, ovacionado y vitoreado de manera unánime más que en ninguna otra partida de su prolífica carrera. Los noticieros, periódicos, revistas, blogs, cada medio de comunicación explotaba con exclamaciones de júbilo; los bares se colmaron de gentes arrobadas con el festejo del hombre sobre la máquina; homéricas épicas se escribieron en torno a la partida como si de un nuevo Renacimiento se tratara; la jugada 78 fue bautizada como “God’s Move”, “Humanity’s Last Stand” y otros nombres por el estilo; incontables reconocimientos y honores ungieron la imagen del nuevo héroe del género humano, un Neo de carne y hueso que había plantado cara y se impuso al binario y omnipotente agente Smith, luchando en nombre del arte, de la música, de la poesía, de la belleza, de aquellos valores incuantificables para cuyo goce nos mantenemos con vida. Qué importaba que el quinto juego lo perdiera para un resultado final de 4-1. Había logrado ganar una partida, conquistado la victoria sobre los circuitos, convertídose en el bastión de la humanidad contra los dioses metálicos, manifestación incólume de que existe una esencia que la inteligencia artificial no puede aprehender, caracteres humanos no susceptibles de ser copiados ni simulados. Los jugadores de Go y el mundo entero pueden dormir el sosegado sueño de la esperanza: aún tenemos humanidad.

Al menos por ahora.

El peluquero coreano

Ah! ¿Así que hay peluquería aquí mismo? ¿justo afuera de los jacuzzis y saunas? Venía pensando cortarme el pelo, probemos. Anyo ha seyo! sí cortarme el pelo, te estoy haciendo la seña, tijeras en la cabeza. No entiendo lo que dices, pero veo que me comprendes. How much? how much? ¿cinco dedos? ¿serán cinco mil won, no? perfecto, ¿me siento? ¿no? no entiendo, ¿qué cosa? ah, hay otros dos antes que yo, no hay problema. ¿Que me siente a esperar? ok. Mmm, mira, mejor vuelvo más tarde, ¿entiendes? te estoy haciendo el gesto, como el de pedir el cambio en un partido, pero me refiero a que vuelvo después, no sé como explicarlo mejor. Bueno, creo que me entiendes, sino entenderás porque me voy, anyo que seyo!

Volví, ahora eres tú el que me recibe con el gesto, la mano como tijeras en la cabeza, entendiste que luego volvía entonces. Nde, nde, quiero. Voy a vestirme primero, que estoy desnudo pues acabo de salir de los baños. Ahora vengo. Bueno, aquí estoy, ahora sí, ¿voy primero? paso entonces, me indicas las ojotas, ok, me las pongo, que me siente, que deje mi bolso ahí, ok, ok. La clásica mantita para que no me caigan pelos, luego una toalla alrededor del cuello, y una cosa de goma adicional, con un velcro, vaya, qué cuidadosos. Estiras los extremos de la manta hacia el mesón y la dejas semi tensada usando unos perros para colgar ropa, si hasta en la peluquería tienen maneras ingeniosas estos coreanos. Veo que tomas la tijera y no me preguntas nada, creo que tengo que tomar la iniciativa aunque no me aplaca tu mirada seria. Mira, de este largo aquí, a los lados, luego separo un poco más mi índice y pulgar, y un poco más largo aquí arriba, ¿entiendes? Uff, quizá lo hice muy corto, que no me haga un mohicano, mira, repito el gesto, pero con la separación entre los dedos un poco más larga, ¿lo ves? un poco más corto a los lados que arriba, lo que siempre me hago en Chile. No pronuncio palabra porque no hay punto en ello, creo que hago unos ruidos, pero veo que asientes, excelente. Tomas la tijera y comienzas, por un lado primero, vaya, qué de a poco lo hace, apenas las puntas, y además está solo entresacando, mejor, que se tome su tiempo. Me peinas hacia el lado, en el sentido de mi partidura, parece el lengüetazo de vaca que usaba en primero básico, pero está recién comenzando. Qué raro, al otro lado parece que no vas a cortar nada, ah, ahí empiezas, pero apenas, como si solo emparejaras con no sé qué. Qué cejas espesas y con forma de pirámide, así se ponen los viejos aquí. ¿Cómo? ¿ya vas a la parte de la nuca? Pero si apenas cortaste un lado y la nada del otro, bueno, será su proceso. Mmm, esto no me gusta, siento que me está dejando un peinado estilo coreano que detesto, realmente pareciera que voy de nuevo a la básica. Ahí agarró otra tijera, ahora que corte de verdad, empieza por arriba, solo unas puntas. Crece mi sensación de que está terminando, ¿debería decirle algo? Sí, que corte más, no ha cortado nada. ¿Será un insulto si lo corrijo? Es muy viejo además, se le debe el máximo respeto ¿Cómo será aquí la dinámica? ¿Podré decirle cosas, pedirle que cambie algo? ¿O aquí todos acatan, sobretodo si es más viejo? No quiero hacer una escena con estos coreanos, puede que esté varios días en este lugar y aquí nadie habla nada que no sea coreano, ¿Cómo podría explicar después?, ¡realmente pareciera que está terminando! ¿se ofenderá si lo interrumpo?  Qué importa, soy occidental, no se me aplican esas reglas, tengo que decirle, pero qué mirada más grave, este viejo no se ve simpático, me mira directo y a veces a través del espejo, escrutando el resultado de su trabajo con semblante matemático, aún no digo nada, ¿pero qué podría? ¿hacerle con mis manos un gesto de más corto? ¿disminuir esa separación de índice y pulgar que hice al comienzo? ¿tan larga la hice? Pero qué parezco. Oh, no, tomó la toalla, auch, qué técnica es esa para sacudir el pelo, nada suave pero seguro efectiva. Terminó, maldición, no le dije, me está quitando la cosita de goma, la toalla, la manta. Pero la deja a medio camino, ¿qué pasa? ¿Qué es esa crema? Ah, la navaja, claro, para quitar la pelusa de la nuca. De todas formas es demasiado tarde, terminas y me quitas del todo la manta, me miro al espejo, soy un escolar, bue-nos-dí-as-tí-a-El-sa. Bueno, Gam saham nida supongo, sin convicción, tengo que pagar, ¿cuánto era? how much? ¿cómo, ahora me muestras un dedo? Mil no puede ser, ¿diez mil? ¿pero no eran cinco mil? ¡me dijiste antes cinco mil! Al carajo, toma tus diez mil, anyo que seyo y ándate a la chucha. Por suerte traje la máquina. Tendré que raparme o algo así.

Tongyeong – Corea del Sur

– Do you wanna fok?

Coreana ofreciendo un tenedor. A no pasarse rollos.

Mi primera noche viajando solo en Corea dormí en un baño público.

Fueron dos semanas familiares intensas, en que con el auspicio conjunto de los papás de Luna (la flamante mujer de mi hermano) y de los recién casados, recorrimos varios lugares atractivos del país, ostentosamente agasajados en alojamiento, comida y transporte.

Mi primera impresión no fue como lo esperaba, aunque en realidad no sé qué esperaba exactamente. Supongo que esto incluye expectativas de situaciones, costumbres y gente exuberantes y exóticas, como lo que se ve en los clips de youtube de la televisión japonesa, pero nada de eso. Aparte de la plétora de cortas genuflexiones, las personas y la ciudad son normales, pero con una serie de mejoras tecnológicas y organizativas. A ver si me explayo un poco.

El aeropuerto de Incheon (ciudad cercana a Seúl) es enorme, tanto así que desde la zona donde uno aterriza hay que tomar un metro interno para llegar al lugar donde se recogen las maletas. Luego, tomar un metro normal hasta la capital (como de Paine a Santiago centro, más o menos), y caminar unas cuadras hasta el departamento, y un par más hasta el hostal que me tenían reservado. En el camino se me explicaron muchas cosas, como las ciudades satélites de Seúl que se construyeron sobre porciones de mar rellenado artificialmente con tierra, dada la falta de espacio terrestre original, o que a los celulares coreanos no se les puede desactivar el sonido de la cámara, porque son muy preocupados de que nadie ocupe tu imagen sin permiso (y por la extendida práctica de fotografiar bajo las faldas femeninas). Posibles efectos de los abundantes recursos económicos y una cultura sexualmente represora, respectivamente. Sería interesante ver qué más nace de ahí.

Lo siguiente que me hicieron notar fue que coreanos, chinos y japoneses no se parecen en lo absoluto. Ni en las costumbres, lenguas, aspectos, modos. Lo único es que todos tienen los ojos rasgados, pero nada más. Aquí con solo una mirada pueden dilucidar inmediatamente si el sujeto en cuestión es de origen chino, coreano o japonés, talento que se me sigue resistiendo, aunque voy aprendiendo ciertas directrices, como la fealdad curiosa apariencia china, y la superior altura coreana. De hecho, según mis anfitriones, la mayoría de los ídolos de la música y espectáculos en la escena asiática son coreanos, supuestamente los más apolíneos de la región. Ya aprendería que la concepción de belleza aquí es andrógena diferente.

La comida es un tópico interesante. En cuanto a sus sabores, diría que en general va desde apenas agridulce hasta demasiado agridulce, atravesado por un amplio espectro de picantes. Me parece que las papas fritas picantes con miel constituyen ejemplo suficiente. También abundan los productos del mar, tales como mariscos, pescados, algas, y se destaca el pulpo vivo, entero o viviseccionado, a gusto del consumidor, o bien muerto, ya sea frito o asado (ignoro si cocido), completo o mutilado. Ah, y arroz, mucho arroz, en todas sus formas imaginables: jugo de arroz, licor de arroz, fideos de arroz, masa de arroz, harina de arroz, pasteles de arroz, tortas de arroz, arroz de arroz, etc.

La manera de servir la comida es de mi total agrado. Primero, y como prolegómeno, traen entre tres y cuatro preparaciones coreanas, ninguna de ellas con un sabor cercano a algo conocido, bueno para experimentar y entretener o torturar el paladar. Luego viene lo verdadero: Mesas ubérrimas repletas de pequeñas imitaciones de cerámicas, con variedad de ensaladas, preparaciones marinas, carnes, especialidades, todo dispuesto con munificencia. No se sirven platos individuales, salvo una porción de arroz y sopa de algas para cada comensal, junto con su par de palillos y su cuchara. Pese a mi descripción del párrafo anterior, entre tantas opciones siempre se encuentra algo agradable con lo que llenar el buche. Mezclado con arroz, por supuesto. Un acierto esta manera de compartir una comida, hurgando con los palillos en cada plato presente que además, de acabarse, es rellenada con presteza por el personal del lugar (salvo las carnes).

Finalmente, la etiqueta en la mesa. En realidad, para comer no existe ninguna formalidad especial, puedes hacerlo con palillos, tenedor, cuchara, mezclar con arroz, lo que quieras. Si eres el más importante de la mesa (en general el más viejo, sobre el funcionamiento de las jerarquías en cada situación se puede hacer un acápite completo) con mayor razón tienes total libertad, y en general esperarán a que empieces a comer para hacerlo también, y tienes el derecho adicional de acabar el último bocado. Para lo que sí hay etiqueta es para beber alcohol, este es el rito importante por antonomasia para los coreanos. Es impensable servirse a uno mismo, siempre debe servir el de menor jerarquía, con ambas manos sosteniendo la botella el emisor y con ambas manos el vaso o copa el receptor, y éste debe luego devolver el favor. Si una persona de mayor rango que tú ofrece servirte alcohol, no aceptarlo es una afrenta abyecta, pero tampoco hay que cometer la estulticia de beber todo el vaso de inmediato, pues estarás suplicando que lo rellenen, y de paso obligando al otro a que también consuma todo su vaso para que puedas devolverle la mano como es debido. Todo un mundo esto de emborracharse, que además les acaece rápido, por motivos genéticos según me explicaron.

Pero bueno, de cultura coreana se puede hablar mucho, vamos a finalizar esta sesión con un último topico: las mujeres coreanas. Cuerpos siempre magros, de alturas variables, cabello indefectiblemente azabache, largo, y la piel siempre bruñida como muñeca de porcelana, especialmente la de la cara dadas las ingentes cantidades de base que utilizan. En mi sesgada opinión, no abundan los rostros atractivos, más batracios que princesas, aquellas de inexpresivo gesto ordinario, y éstas glorificadas con ese halo de belleza oriental que explota el marketing occidental para vender como fetiche exótico, curiosamente varias de ellas emparejadas con fenotipos occidentales. El hombre europeo nunca se cansa de expropiar las riquezas de los otros mundos, supongo.

El asunto es que el último día nos separamos mi familia y yo, ellos al aeropuerto a despedirse y volver a Chile, y yo al terminal de buses a abordar aquél que tomaba el camino a Tongyeong, donde me encuentro. Necesitaba algo menos megalómano y luminoso que Seúl y su terapia de generar adicción al consumo. Llegué cerca de las diez de la noche, rengueando de la pierna derecha por una vez que me lesioné trotando (¿qué onda la edad? ¿tan duro pega? ¡y aquí en Corea tengo 29!). Me instalé en un McDonald’s junto a la terminal, y mientras devoraba un bigmac (mi vegetarianismo chilensis responde al principio de territorialidad de la ley, una suerte en estas condiciones gastronómicas) busqué el hostal más barato. Tomé una foto de la dirección y a continuación un taxi, pero no supo llegar ni hablaba inglés, por lo que me decidí por la recomendación de Luna: dormir en el baño público. Musité al conductor, Paraspa, con mi esforzado acento coreano. Ah! Paraspa, y arrancó. Quedaba al otro lado de la ciudad, pero los taxis aquí son baratos.

Así que aquí estoy, en el baño público. En rigor, en el quinto piso del baño público, que es donde hay wi-fi. En el cuarto están los saunas, jacuzzis, piscina y duchas, donde los coreanos varones se relajan y realizan con fruición sus abluciones; en el tercero está la zona para dormir, donde hay colchonetas, cojines y más saunas, además de la cafetería; el segundo es una copia del cuarto pero para mujeres; y el primero la recepción, donde dejé mis zapatos y me entregaron mi llave del casillero, un pijama y una manta.

Tanto escribir en el computador puede ser malo para las articulaciones y para mi pierna, llegó el momento de bajar un piso.

Misiones

Mucho peor que ver una araña en tu carpa, es dejar de verla.

Dicho y hecho, salió un techo de última hora, y de forma permanente. Resulta que había dejado la bici en la casa de una artesana cuyo contacto me mandaron, y ella accedió buenaondamente a custodiarla mientras yo trabajaba. Se trataba en realidad de un terreno particular subdivido en habitaciones para alquilar que dan a un pasillo común, había una palabra para esto pero no me la acuerdo. Entonces, al volver de mi extenuante jornada laboral, resolví preguntarle a la dueña si acaso le quedaba un cuarto disponible, lo que fue respondido afirmativamente, pero que solo se arrendaba por mes. Con ayuda de Valentina, la artesana, la convencimos para que me lo arrendara por día. Resultó ser un cuadrilátero de cemento, de unos 3×2 metros, sin luz, y con un enchufe. Bueno, no necesito más, y es más barato y tranquilo que el hostal.

Varios días estuve allí. De repente me iba un día o dos a algún CS, pero siempre volvía a mi cuartito. Me hice muy amigo de Valentina, que vive ahí en un par de habitaciones con sus dos niños. Una mujer muy tranquila, simpática y maternal, creo que me cae muy bien porque me recuerda a mi propia madre. Solíamos almorzar y cenar juntos, cada uno aporta con verduras o arroz o fideos o lo que sea. Me enseñó un par de puntos y técnicas de macramé que no tenía, y también cantamos canciones andinas, pues ejecutaba ella la zampoña y la quena.

No obstante que estaba bien, ya llevando unas tres semanas en Posadas tenía muchas ganas de partir. Estando ya mi carpa arreglada no existía ya óbice alguno para seguir, así que al primer día soleado partí. Existen dos rutas nacionales que recorren la provincia de Misiones hacia Brasil, la 12 y la 14, y decidí que seguiría por esta última, dado que los testimonios que recogí la sindicaban como más bella y con berma por toda la ruta. Tendría que hacer un tramo por la 12, luego tomar la ruta provincial 3, y con ella empalmar con la 14.

Pero no contaba con el legendario calor de Misiones, y el sol que se exhibía ese día no era el amistoso y regular, sino uno que quemaba la piel la exprimía por su sudor. No entiendo muy bien el efecto, asumo que es también en gran parte por la humedad, y a la hora de pedaleo ya me venía fatigando. Quise tomar agua, pero ya se había calentado mucho más allá de lo buenamente tomable, aún en esas condiciones. Logré llegar al empalme con la ruta 3, y en esa esquina vi una especie de cabaña de policía. Apenas me bajé de la bici sentí cómo se me dormían los brazos, me temblaban las piernas y me daba vueltas la cabeza. Esto debía ser lo que, en términos de la página española que me enseñó todo sobre viajar en bici (rodadas.net), llaman “la pájara”, más conocida como fatiga. Los policías al verme así me trajeron agua y un choripán, que no pude comer en ese momento, y me indicaron que podía quedarme ahí sentado, pero no acostado pues sino el jefe llegaría y querría llevarme detenido, así que apenas pude tomé mi acolchado y me acosté a la sombra de un árbol cercano.

Dormí una pequeña siesta, pude comer el choripán, y me sentí listo para partir. El sol seguía pegando demasiado, pero calculé que podría cubrir los 10 km que faltaban para el siguiente pueblo, Cerro Corá, y que ahí me quedaría, pues era imposible continuar en estas condiciones. Llegué, y en el único negocio abierto me instalé a hacer pulseritas, con el beneplácito de los dueños y su familia, y me regalaron almuerzo, así que les di pulseritas a todo. De una heladería me obsequiaron un paquete de yerba mate, así que me dediqué toda la tarde a la artesanía y a tomar tereré, y de noche acampé frente a la policía, preparándome una polenta con perejil y cebolla, todo regalado por mis improvisados anfitriones diurnos. Extrañaba esa sensación de autointimidad de cocinar en el espacio que queda de “patio delantero” de la carpa, cortando con una cortapluma las cebollas y el perejil sobre una sartencita, y luego comer dentro. Hace muchísimo que no utilizaba mis ollas y mi anafe portátil, son verdaderamente un agrado.

La atmósfera fue algo más benevolente el día venidero, y el calor, si bien abrasador, era un poco más soportable. No así la ruta, que contenía demasiadas subidas, y quizá por falta de entrenamiento me obligó a caminar con la bici al lado durante varios trechos. Luego empezó la lluvia (clásico clima misionero), y una camioneta se apiadó de mi y me levantó sin que yo hiciera dedo, llevándome hasta Cerro Azul, el pueblo ubicado en el empalme con la ruta 14. Ahí almorcé mientras se desataba la tormenta eléctrica, y apenas amainó un poco continué, llegando hasta Alem. Cansado del calor y la lluvia me acuartelé en una YPF y me puse a hacer y vender pulseras, descubriendo una técnica infalible: – ¡Hola! ¿todo bien? Mira, estoy viajando en ESA bici (apunta a la bici más cargada del mundo, a sabiendas de que mi interlocutor imagina un esfuerzo titánico y se activa su culpa cristiana indicándole que debe asistirme) y me financio vendiendo estas pulseritas, ¿te gusta alguna, y así me ayudas?

Impresionante como se vendían así, creo que solo una persona me dijo que no, esta es la técnica definitiva. No más renegar en las plazas tratando de que alguien compre alguna a precio irrisorio, no señor, ahora exhibo la bici y vendiéndolas “a colaboración” hago la plata del día en un ratito, ¡y en ruta!, sin necesidad de parar a “ahorrar” en la ciudad. Maravilloso, esperemos que siga operando así.

Cuando ya estaba por dormir en un rinconcito que me dieron en la estación, una camioneta con dos personas que conocí en Alem se ofreció a llevarme hasta Oberá, lo que acepté, y repetí exitosamente el proceso de venta en una estación de servicio de allí, mientras me cocinaba otra polenta con perejil, y hasta ducha me prestaron. Se venía otra tormenta fuerte, pero la policía me indicó que podía dormir en un lugar llamado “Parque de las Naciones”, donde había dentro un galpón bajo el que podía armar mi carpa. Así lo hice, y apenas me puse a cubierto cayó una tormenta de aquellas en que llueve de abajo hacia arriba y hacia los costados y para adentro y para afuera, y caen rayos y se oyen truenos desde las ocho direcciones. Una sinfonía impresionante a cuya melodía me dormí.

De vueltas, cataratas y matrimonios.

– Weddings are basically funerals with a cake.

Rick Sánchez

Otra vez me pilló el desfase de meses, pero al carajo, es lo que hay, voy a hacer un resumen como los que leía en la universidad, es decir, para el 4,5 (que se aproximaba a 5 en esa carrerita poco seria).

El camino en bici a Ciudad del Este sólo corroboró que viajando en bici todos te ayudan. La hospitalidad paraguaya me ofreció más de una vez una habitación de casa particular, y en Foz de Iguazú la Asociación de Ciclistas tenía una casa exclusivamente para recibir a viajeros en bici. Todo súper bien, salvo por un brasileño raro que me ofreció combos, pero esa historia queda para otro chaogracias.

Conocí la represa de Itaipu, la segunda más grande del mundo, y las Cataratas de Iguazú del lado argentino. Indescriptible, no voy a hacer intentos de poesía al respecto, hay que ir no más. Tiene el mismo efecto que Machu Picchu, pero para las cataratas. En efecto, una vez visitada la ciudad incaica, probablemente nunca más un sitio de ruinas  y rocas viejas apiladas me va a impresionar (salvo quizá las pirámides de centro américa, méxico y egipto, pero ya llegaré); asimismo, una vez visitadas las Cataratas de Iguazú, es poco probable que otra catarata me sobrecoja de esa forma. Espero equivocarme (¿Niágara, tal vez?)

Luego de esto pensaba meterme más a Brasil, pero como Leandro (de Villarrica, Paraguay) me invitó a su matrimonio, me devolví para honrar su invitación. Eso sí, como llovía tanto, a los 40 kilómetros me aburrí y subí la bici a un bus. Es otra de las ventajas de la bici, no te quita la posibilidad de viajar en bus si se hace necesario.

Diez días estuve en su casa antes de la fecha del matrimonio. Primero fue el civil (al que Leandro asistió luego de pedirme unas pitadas, ¡se casó volado!), y dos días después la fiesta, para la que me conseguí un traje y todo. Una producción impresionante, unos 300 invitados, banda en vivo, cena buffet y alcohol ilimitado. Además, el mozo parecía tener instrucciones específicas de emborrachar a los comensales, pues cada vez que tomaba aunque fuera un sorbo de vino de mi copa el tipo aparecía y me la rellenaba, más arriba de donde estaba si podía. Solidariamente, yo no hice nada por obstaculizar su trabajo.
Como luego de la fiesta Leandro se llevaba a su ahora mujer a vivir a su casa, naturalmente yo no seguí ahí, y había instalado ya mi carpa en una placita adyacente a la estación de bomberos, donde había un grupo de seis argentinos viajando juntos. Tipo 5 de la mañana salí de la fiesta hacia la casa de Leandro, de alguna manera llegué y me saqué el traje, calzándome mi ropa de pordiosero siempre, tomé tres vasos de agua al seco y al hilo, y partí a desvanecerme en la carpa. Amanecí obligado por el calor del sol y la convección de la carpa, logré erguirme en dos pies antes de llegar al baño (para no perder el garbo frente a los voluntarios de bomberos), y me quedé ahí un buen rato. El agua de la noche ayudó a disminuir la cefalea, pero no así las consecuencias gástricas de la masiva ingesta de tinto. Purgado ya mi tracto intestinal, volví para conocer al nuevo grupo de viajeros.

Me di cuenta de cuánto necesitaba compartir con gente que anduviera en la misma sintonís que yo. Solo el acto de estar ahí en compañía me hizo realmente muy bien, sumado a que además eran re buena onda. Dos o tres semanas estuvimos los siete ahí, viendo películas tontas en algún celular (los bomberos tenían wifi), jugando truco, pokemon (el antiguo, ese de gameboy color), fumando cantidades helénicas de marihuana (entre 20-30 pitos diarios, incluyendo algunos de proporciones jamaiquinas), y hasta trabajamos a ratos en el semáforo. Estuvo excelente en realidad, necesitaba algo de vida gregaria, se me pasó toda la sensación de soledad y búsqueda que solía acecharme. Pero como todo tiene su fin, llegó el día en que seguí de viaje, ahora con tantas ganas como cuando salí. El plan sería volver a Posadas, ahí hacer plata y arreglar la carpa que tiene los dos cierres rotos, y de ahí partir a Foz, pero esta vez por el lado argentino.

Un dolor en la rodilla me hizo descubrir una nueva forma de viajar en la bici, esta vez mucho más relajado. Ya no sentía la necesidad de hacer 100 o 110 kilómetros diarios, ahora solo pedaleé entre 40 y 60, y me detuve casi en cada pueblito que pasaba, con mucho día por delante aún luego de levantar campamento. Estuvo bueno, se conoce un poco más, se descansa más, y se apura menos. Además, en Paraguay los bomberos de todos lados te reciben, así que no tuve problemas con el alojamiento. Caazapá, Yegros, San Pedro del Paraná y Coronel Bogado, todos los pueblos donde paré antes de llegar a Encarnación otra vez. Un par de días ahí, y crucé a Posadas, donde estoy ahora (wow, llegué a la actualidad, momento histórico).

Llevo como dos semanas aquí, alojando a veces en couch, otras en el hostal barato, y otras en la playa. Estoy esperando que el tapicero me arregle la carpa para poder seguir, de lo que tengo unas ganas enormes. El problema es que ahora llueve, y según el pronóstico seguirá toda la semana, pero ya veremos. En el intertanto he conocido a un par de personas buena onda, pero estar en la ciudad ya no me gusta nada. Mucho ruido, gente, autos, me pregunto cómo me banqué tantos años en Santiago. 

Ahora mismo estoy en una pastelería que siempre me consume parte de mis ingresos (incomparable la repostería argentina, a años luz) esperando a que pare la lluvia para decidir dónde carajo voy a dormir hoy. Ya ni ánimo tengo de subirme a las micros a hacer plata para el hostal, pero parece que no hay remedio. Ojalá salga una casita de última hora por ahí.