I’ll be back.
– Terminator
Durante siglos, el Go ha sido el juego por excelencia en las mesas asiáticas. Originario de China, el Go es considerado mucho más que una serie de piedras esperando ser estratégicamente colocadas. Las reglas del Go son simples, dos oponentes se enfrentan en un tablero cuadriculado, poniendo piedras en sus intersecciones, blancas uno y negras el otro, y quien rodee más territorio es el ganador. Las piedras en sí mismas no tienen ningún valor, depende totalmente del jugador el cómo utilizarlas para llevarse la victoria. El juego puede ser aprendido en diez minutos, pero convertirse en un buen jugador requiere inexorablemente de miles de horas de estudio.
Revestido del aura mística que otorga su carácter milenario, sus reglas fáciles, su desarrollo complejo, y la nobleza de sus adeptos, el Go es conocido por funcionar como espejo del carácter y naturaleza del jugador, pues para el juego del Go la habilidad y destreza por sí mismas no bastan, y se necesita creatividad, instinto, experiencia, espíritu, belleza y elegancia, todos elementos inherentes y propios del género humano. Así, se mantiene orgulloso de ser el juego de tablero más complejo del mundo, el único que, a diferencia del ajedrez o las damas, no ha podido ser resuelto por la fuerza bruta de los algoritmos matemáticos.
Hasta ahora.
Ya en 1997, la IA (Inteligencia Artificial) Deep Blue derrotaba al campeón de ajedrez Garry Kasparov, pero las IA destinadas al Go no podían superar a ningún jugador profesional. En 2012, una nueva IA pudo derrotar a un profesional de Go, pero jugando con cinco piedras de hándicap (ventaja para la IA). En 2013, la más avanzada IA creada hasta entonces derrotó a otro profesional de Go, pero jugando con cuatro piedras de hándicap. Nadie se alarmó, pues estos hándicaps son tan grandes que permitirían a un jugador superar a otro bastante más avanzado. La belleza y carácter misterioso del Go estaban a salvo.
Pero llegó el año 2015. La demiúrgica Google (quien más) anuncia que ha creado AlphaGo, una IA capaz de enfrentar y vencer a los mejores jugadores del mundo, sin hándicap. Como prueba preliminar, la enfrentaron con las IA anteriores en 500 juegos, resultando AlphaGo vencedora en todas y cada una de las partidas, ¿se atreverían los humanos a desafiarla?
El primero en recoger el guante fue Fan Hui, campeón europeo de Go, quien se enfrentaría a AlphaGo en cinco partidas. El resultado fue una masacre: 5 – 0 a favor de la IA. Esta es la primera vez en la historia que una computadora vencía a un jugador profesional sin hándicap. Pese a que hubo algo de revuelo, la comunidad de Go aún respiraba tranquila: el nivel europeo no se comparaba al de los jugadores asiáticos, que le darían una lección a los pretenciosos de Google.
El Campeón elegido fue el Surcoreano Lee Sedol, uno de los mejores jugadores de Go del mundo. Él enseñaría a Silicon Valley que no todo se puede recrear a través de ceros y unos, y la futilidad de su sacrílego juego de creerse dioses. En la previa, Lee declaró que vencería convicentemente a AlphaGo por cinco a cero, y los jugadores de Go alrededor del mundo pensaban lo mismo, pues no hay manera de que una máquina derrote a uno de los mejores jugadores del mundo, precisamente porque el Go no se resuelve únicamente con estériles cálculos.
El día 9 de marzo de 2016 se jugó el primer partido, y los fans del Go quedaron en shock al ver cómo AlphaGo vencía a Lee, obligándolo a rendirse en el movimiento 186. Con esto, la expectación sobre el desarrollo de los siguientes juegos se volvió noticia mundial, multiplicándose las transmisiones en vivo, saturándose todas con millones de espectadores. La batalla por la humanidad había comenzado.
Al día siguiente, ya con medio planeta observando, se jugó la segunda partida, con idéntico resultado. En este momento el asunto adquirió ribetes de catástrofe, hecatombe. AlphaGo parecía jugar cada vez mejor, y las chances de Lee se proyectaban mínimas. ¿Habían las computadoras finalmente resuelto el más difícil juego de tablero de la historia de la humanidad? AlphaGo se manifestaba como un segundo Nietszche, dispuesto a matar a dios en oriente, a refutar una premisa elemental, pilar de una cultura por miles de años.
El 12 de marzo se llevó a cabo el tercer juego. Lágrimas, desesperación, una ola de vacío y tristeza se expandía sombríamente al tiempo que AlphaGo se llevaba su tercera victoria consecutiva ante Lee. La máquina diseccionaba al hombre explicándolo parte por parte, demostrando de manera irrefutable que nada escapaba a su observación, que nada de incuantificable o no mensurable residía en ese montón de tejidos prosaicos. Que la hermosura son solo neuroreceptores, el amor un puñado de hormonas, y el espíritu una entelequia de la mente, nuestro propio entramado de unos y ceros. La Era de los Humanos daba paso a la Era de los Números.
Pero Lee, sin importar que habiendo perdido tres partidas era imposible ya ganar el encuentro, sabía empero que lo relevante no era aquello, sino derrotar al menos en una ocasión a la insolente hojalata. Un cinco a cero sería la claudicación de la condición humana, y él demostraría que aún poseía un elemento que la máquina ignoraba: la fe.
Dispuestos ya para empezar el cuarto juego, AlphaGo se mostraba inconmovida ante los esfuerzos y el tesón de Lee, y parecía encaminarse a una nueva victoria para hundir aún más, si era posible, a Lee y al mundo de los hombres. La derrota era inminente, el planeta observaba con resignación de suicida como se acercaba la estocada mortal, y sin embargo, algo extraordinario ocurrió, algo que AlphaGo no pudo prever: el movimiento 78. Ninguno de los numerosos expertos que comentaban las sendas transmisiones en vivo, anticipando las posibles jugadas y analizando las posiciones, pudo predecir que Lee jugara el movimiento 78. Lee se deshizo de una encerrona rival con una jugada tan inusual y brillante, que provocó lo que se pensaba imposible: el error de la máquina. Luego del movimiento 78 de Lee, la máquina se equivocó, colocando su piedra en una mala posición, lo que permitió la paulatina recuperación de Lee y, a la postre, la inédita rendición de AlphaGo.
Millones y millones en Asia y alrededor del mundo celebraron a rabiar la victoria de Lee, ovacionado y vitoreado de manera unánime más que en ninguna otra partida de su prolífica carrera. Los noticieros, periódicos, revistas, blogs, cada medio de comunicación explotaba con exclamaciones de júbilo; los bares se colmaron de gentes arrobadas con el festejo del hombre sobre la máquina; homéricas épicas se escribieron en torno a la partida como si de un nuevo Renacimiento se tratara; la jugada 78 fue bautizada como “God’s Move”, “Humanity’s Last Stand” y otros nombres por el estilo; incontables reconocimientos y honores ungieron la imagen del nuevo héroe del género humano, un Neo de carne y hueso que había plantado cara y se impuso al binario y omnipotente agente Smith, luchando en nombre del arte, de la música, de la poesía, de la belleza, de aquellos valores incuantificables para cuyo goce nos mantenemos con vida. Qué importaba que el quinto juego lo perdiera para un resultado final de 4-1. Había logrado ganar una partida, conquistado la victoria sobre los circuitos, convertídose en el bastión de la humanidad contra los dioses metálicos, manifestación incólume de que existe una esencia que la inteligencia artificial no puede aprehender, caracteres humanos no susceptibles de ser copiados ni simulados. Los jugadores de Go y el mundo entero pueden dormir el sosegado sueño de la esperanza: aún tenemos humanidad.
Al menos por ahora.