Posadas – Argentina

Y ahora sueño que voy caminando por todas las cosas que faltan vivir y sentir…

En el Limbo – La Vela Puerca

Se supone que estaba prohibido cruzar en bici el puente que separa Encarnación de Posadas, pero nadie me dijo nada. Siguiendo con esto del CS, una chica de Posadas me recibiría, pero en realidad estaba en Garupá, a 12 km de la ciudad. Todo bien con ella, aunque no era muy mi estilo puse todo de mi parte para llevarnos bien y aprovecharme un poco de eso como el cara de raja que soy, pero la bipolaridad de la madre y la intensa charlatanería de los otros ocupantes me hizo irme al tercer día a buscar un lugar en Posadas mismo.

Como siempre, hablando con los artesanos que encontré en la plaza principal me enteré de un lugar barato, más o menos céntrico. Me instalé y conocí un poco a los vecinos hospedados: un niño de 15 años que dejó la escuela, se drogaba todo el día, vivía del malabar y daba una clara impresión de tener el cerebro frito; y una pareja de adolescentes conformado por un punky anarquista y una chica simpática viajera. Compartí con ellos, pero no pegué mucha onda con ninguno en realidad.

Aquí comencé a experimentar más consistentemente una sensación que había venido incubándose hace varios días: la soledad, el vacío, el mismo que quizá fue uno de los impulsores de este viaje. Me sentía solo, me hacía falta la cercanía de un amigo, de alguien con quien pudiera conectar y percibir ciertas cosas de similar manera, como la gente que conocí en Purmamarca. Hablo de vez en cuando con ellos, con Feña, Perla, Leto, Maira, y sobre todo Cacho y Gemma, y no he vuelto a conocer personas así, salvo Leandro, pero hasta cierto punto. No obstante, la idea de volver no me agrada para nada, no es una visualización positiva si se observa de manera holística.

Tuve buenos tiempos de mejoría, me hospedé luego en la casa de un tipo que repara bicis, buena onda y más volao que la chucha, pero la desconfianza de las condiciones en que me hospedaba me llevaron a irme también, y conocí por tinder a una chica con la que compartimos un par de veces, pero luego volvía la sensación de soledad, ya que ninguna de esas personas ha llegado para quedarse de forma significativa, ni de ninguna forma en realidad. Relaciones pasajeras y/o superficiales, nada más profundo que eso, no una amistad a quien confiarle prismas de vida real.

Igual hice algunas cosas interesantes en las casi dos semanas que estuve entre Garupá y Posadas: asistí a un par de clases de canto gratuitas, y luego pagué una privada con el mismo profe; tuve una historia medio sombría con la chica que me alojó en Garupá (le gusté, yo seguí la corriente hijodeputamente, pero resultaba que, emmm, nunca había conocido varón, debido a extraños traumas edipísticos y canutos, pero no llegué a ser tan mala gente como para estrenarla mediante engaño aunque ganas no me faltaban); recuperé la confianza en mi música e hice bastante plata en las micros, aunque pude haber ahorrado el cuádruple si no fuera tan vago respetuoso del trabajo; y llegué a tomar una clase de tango. En síntesis, estuvo productivo, creo que de haber conectado más con alguna persona me hubiese quedado un buen tiempo, agradable ciudad y gente, llamativas actividades.

Pero bueno, como no encontré a tal persona, y al parecer estoy buscándola, me fui no más, continué mi camino y volví a Encarnación, para luego seguir a Ciudad del Este, lo que espero completar en tres días, son unos 250 km.

Ah, y sobre Ariane, antes que se me olvide contarlo, la cosa se fue diluyendo poco a poco, como podrá imaginar el lector. Me contestó finalmente los whatsapp, diciendo que estaba ahí y todo seguía vivo y que se sentía igual que yo, lo que me despertaba una ilusión tremenda, pero luego volvía a desaparecer, y repetía el proceso. En fin, me dio la impresión de estar medio loca y de locura en mi vida ya tengo suficiente, y todo fue apagándose y al día de hoy ya no hablamos nada, hasta borré su número. Lamentable el mal tiempo que pasé no más: llegué a ignorarle una brillante sonrisa a una bonita brasileña en Pedro Juan Caballero (¿cuándo me irá a volver a pasar algo así?) , e incluso a llamar “Ari” a una paraguaya en Asunción (luego de lo cual se fue todo al carajo, pese a que ella no lo notó, por suerte). Pero bueno, lecciones que deja el camino, más vale tenerlas o eso me digo por salud mental.

FF – Paraguay

Ya que Chaogracias está más de un mes desfasado con la realidad, he decidido hacer un avance rápido en los acontecimientos para acercarme lo más posible a la fecha actual, sacrificando un poco, no sin dolor, el detalle y la narrativa.

Llegué a Bela Vista (lado brasileño) de media tarde, y crucé de inmediato a Bella Vista (lado Paraguayo). Me sorprendió un poco lo militarizado de la frontera en el lado de Brasil (luego me enteré que es por las drogas) y lo relajado de la inmigración paraguaya. Nadie me detuvo cuando entré, de hecho fui yo voluntariamente a la oficina para regularizar mi entrada en el país, de lo contrario nadie me decía nada.

A las 4 am salía el bus a Pedro Juan Caballero, una ciudad ya propiamente tal donde podría trabajar, pues Bella Vista es apenas un pequeño pueblo. Me instalé en un alojamiento baratísimo, que aún así tenía cama grande y baño privado (viva Paraguay), y fui a trabajar al semáforo. La ciudad limita con Ponta Porá, del lado brasileño, o más bien dicho son una misma ciudad, cruzas una avenida y estás en Brasil. Conviene más trabajar de ese lado, pues los autos pagan en reales, una moneda más valiosa que el guaraní, y que rinde mucho al cambiarla. Cuatro noches estuve en Pedro Juan, donde conocí algunos malabaristas excepcionales, compré un sombrero buenísimo para trabajar (ya que no sé hacer muchos trucos, una rutina malabarística que incluye el sombrero como elemento original me salva bastante, y sirve para pedir la plata en los restoranes también), almorcé siempre gratis en un buffet brasileño que me apadrinó, pasé mi cumpleaños viendo el partido de Chile en un local que pagué con tarjeta de crédito y fumé cantidades considerables de marihuana.
Luego partí en un bus a Asunción, que debe ser la capital más fea que he visitado. Una sola noche estuve en esa deprimente ciudad: justo la de la final de la Copa América. Era el único chileno del local, junto con algunos paraguayos (que simpatizaban con Chile, pues tienen  rivalidad con Argentina), y unos cuantos argentinos. Todos me felicitaron por la victoria, anunciada en mis gritos eufóricos, y la casa me regaló una cerveza Corona grande por la ocasión.

El siguiente destino fue Coronel Oviedo, ciudad donde estuve seis noches. Días tranquilos, apacibles, de trabajar lo justo y compartir y descansar el resto. Varios otros malabaristas y artesanos conocí ahí, con los que pasé el tiempo. Ganas tenía de asentarme un poco en ub lugar, luego de haber pasado un tiempo bastante nómade. Ahí también decidí que incursionaría en Couchsurfing, la red social que junta viajeros y amables anfitriones, debido a que uno de los malabaristas me relató su buena experiencia. Busqué a quienes ofrecían un lugar en Villarrica, mi siguiente parada, envié solicitudes a todos, y uno me contestó aceptando alojarme. Una perspectiva de viaje nueva e interesante, así que tomé el bus que me llevara los apenas 40 km que separan Coronel Oviedo de Villarrica.

Llegué a casa de Leandro para la tarde. Un hombre de 35 años, médico de profesión, por casarse con su novia de 23. Agradable y hospitalario como él solo, terminé quedándome como tres semanas en su casa, con una ida y vuelta a otra localidad entre medio. Disfruté de una estabilidad que necesitaba un poco, entre tanto nomadismo desenfrenado del último tiempo. Además, la situación era re cómoda: preparaba comida casera, tomaba desayuno de café real, descansaba un montón, tomábamos cervezas seguido, fumábamos marihuana casi siempre (hasta que un día hice un pan con el que se voló tanto que la dejó un tiempo), y hacía mi plata por las noches en el semáforo. Además conocí a otros malabaristas, por lo que gente con la que compartir tenía. La verdad estaba de lujo.

En Villarrica también tuve una idea que cambiaría la dinámica del viaje: comprarme una bici. Salí de Chile con plata calculada para vivir más o menos un año sin hacer nada, pero como al poco tiempo empecé a generar, quedaron esos ahorros ahí, que solo muy de vez en cuando toco, y como no pienso morirme con ceros en el banco, estaba todo dado para la bici. Conocí un tipo re buena onda en un taller, compré la bici (primera vez en mi vida que poseo una bici cara) y las parrillas, y comencé a viajar así. Primero una parada de prueba, solo hasta Colonia Independencia, a 28 km, un paseo. Además, una señora alemana aceptó mi solicitud de couchsurfing (en adelante, CS), por lo que ni alojamiento tendría que pagar. El viaje anduvo bien, era corta la distancia en realidad, en menos de dos horas llegué. Estuve un par de días, fui a conocer un poco los saltos de agua de los alrededores, y volví a Villarrica, con la intención de seguir camino al sur el mismo día, hacia Encarnación. No contaba con un enemigo desconocido hasta entonces: el viento. Impresionante como frena, estorba y molesta, ¡tenía que pedalear hasta en las bajadas!. Una subida se ve, se anticipa, se pone un cambio liviano y listo, se pasa, pero el viento es impredecible. No lo ves venir, varía su intensidad, a veces ataca por los flancos, te desestabiliza, te ralentiza, y no sabes cuándo acabará. En fin, te caga la vida y la mente; ya aprenderé a lidiar con él.

El asunto es que demoré mucho en la vuelta a Villarrica, y llegué totalmente exhausto, así que de vuelta a la casa de Leandro, donde estuve un par de días más. Me sirvió para reponerme y planear el siguiente viaje a Encarnación, ciudad limítrofe con Argentina, a unos 250 km de Villarrica. Calculé tres días para llegar. Encontré unas alforjas buenas y baratísimas (aguante Paraguay), y partí una mañana, a por mi primer cicletada de varios días.

El viaje en bici es una experiencia muy distinta. Ya no más subirse a un bus, cerrar los ojos y aparecer en otro lugar como por arte de magia, ahora cada kilómetro era producto de mi esfuerzo, e iba sintiendo cada lugar, cada paisaje en los diferentes momentos del día, mucho más amplios que un simple mañana/tarde/noche. Aprendí a ahorrar fuerzas en las bajadas, a tener paciencia en las subidas, y a ignorar el viento como el gaucho al tábano, pasando cambios según lo pidiera la comodidad. 

Al caer la primera noche, sintiéndome bastante bien luego de 90 kilómetros de ruta y camino de tierra, pregunto en una casa si puedo tirar la carpa en su patio. Respuesta positiva, con cena y desayuno incluidos, de parte de la famosa hospitalidad paraguaya. Segunda noche, esta vez luego de 70 km de pedaleo y 20 de aventón de una camioneta por un desperfecto técnico en la bici, pido asilo en una iglesia, la que por supuesto acepta. Menos mal que siempre he sido un hombre respetuoso de la fe ajena sin contar que me cago en dios y en la virgen varias veces el día, y que a la mañana siguiente me dediqué a drogarme mientras se celebraba el culto dominical. Coincidió esa noche con la celebración del día del amigo, y en un pequeño local pude vender ocho pulseritas y me pagaron por tocar algo de “música”. No pensaba que iba hasta a hacer plata en ese pueblito. Tercera noche, llegué a Encarnación. La chica de CS que había aceptado mi solicitud de alojamiento llegaba al día siguiente, por lo que me pagué un hosta para esa noche.

Al día siguiente temprano fui al semáforo, pero en poco más de media hora vino la policía a correrme. Ooops, no se puede trabajar aquí, y yo planeaba reponerme económicamente en esta ciudad, necesitaría un plan b. Así que dos noches no más me quede con Camila, la chica de CS, re simpática y amable pero no fumaba, y yo que tenía un montón de los 15 gramos que compré por $20.000 guaraníes (CLP$2.500) en Villarrica, y luego crucé a Posadas, Argentina, ciudad limítrofe solo separada por el inmenso río Paraná. Como no me atrevía a cruzar la frontera con la marihuana, y Camila, pese a mis indirectas, no me ofreció dejarla en su casa, la dejé con su vecina Tamy, una drogadicta de las mías aunque igual escondí un pito XL en el manillar de la bici, que no me cacharon, je. El plan es hacer plata en Posadas y luego volver a Encarnación y continuar mi viaje en bici hacia Ciudad del Este, triple frontera de Paraguay, Brasil y Argentina, y lugar donde se encuentran las cataratas del Iguazú.

Sigo aquí en Posadas, y Chaogracias ahora está a solo dos semanas de la realidad actual. Espero ponerlo al día en el próximo post.

Bonito

Si tienes dinero, y no eres feliz, es porque no lo estás gastando adecuadamente.

– Journal of Consumer Psychology

Los días venideros fueron ininteresantes y poco memorables. Brasil es un lugar donde el autosustento callejero no es tan sencillo, no si se quiere evitar mendigar sin ninguna apariencia,by mi mente extrañadora de Ariane -que aún no respondía mis whatsapp- no estaba de humor para nuevas épicas. Pasé un día más en Corumbá solo para comprobar que no había nada, y usé desvergonzadamente mi tarjeta de crédito en un restorán. Comprando se pasan las penas, dicen por ahí. En mi caso, comiendo.

La siguiente ciudad grande era Campo Grande, pero los pasajes en Brasil son carísimos, así que probé con hacer dedo (“pegar carona”, en portugués). Entre caminar para encontrar un buen lugar y tratar fútilmente que me llevaran pasé mas de seis horas. Frustrado y enojado volví a Corumbá, revisitando los varios kilómetros que caminé con todo a cuestas. Por suerte una camioneta me acercó un par, la primera y la única que me llevaría a dedo en Brasil. Ya eran como las 17:00 cuando volví, y enfilé directo a la terminal. A Campo Grande costaba demasiado. Además, se alejaba de Bonito, un lugar que me recomendaron mucho. En fin, compré pasajes a Miranda, la ciudad más cercana, y trataría de hacer dedo desde ahí, a ver si tenía mejor suerte. 

En el entretiempo de Chile – México salía el bus, y llegué a las 3 de la mañana a Miranda. Armé mi carpa en una plaza e hice noche, no sin antes mandarle un mail de discutible dignidad a Ariane, que ya no contestó más, asumiendo una despedida que necesitaba para olvidarme del asunto y estar en paz. Al día siguiente unos brasileños me invitaron a almorzar con ellos, y luego traté cuatro horas haciendo dedo. Nada. Finalmente, una de las tantas personas que les pregunté si iban a Bonito me llevó…. pero cobrándome, porque trabajaba de eso. A esa altura no me importaba, solo quería meter kilómetros, a ver si encontraba algo que me subiera la moral.

Bonito no ayudó. Todos los lugares había que visitarlos con tours, y era bastante caro. Estuve una noche no más, no había semáforos, no había gente en los restoranes, y tampoco estaba de humor para tocar. En fin, no podía sustentarme y tampoco había ahorrado en otro lugar, me tenía que ir. No solo de ahí, sino que de Brasil, pues sentí que no estaba listo aún para viajar por ahí. Me faltaba dominar más el malabar, y agregar algo de artesanía, la música tendría que esperar a que mejorara bastante mi portugués. Además, si me metía ya al norte de Brasil ya no conocería Paraguay, y no quiero dejarlo sin visitar, así que para allá partiría. Fui a la terminal y compré pasajes para Bela Vista, frontera con el pueblo homónimo del lado paraguayo. Vamos a ver qué pasa.

Boliviandad

– Billetera mata galán. Músico mata ambos.

Tecladista aficionado boliviano.

Apenas un mes y medio estuve en Bolivia, me faltó mucho por recorrer en la parte oeste sobre todo, pero me fui todo con todo legal y bien así que ya volveré cuando sea el momento. Por ahora, algunas observaciones sobre la vida y la forma de ser del boliviano.

Bolivia cuenta con una población en su mayoría indígena, y es quizá el único país de latinoamérica que ha sabido mantener una identidad sustancialmente propia, andina, y no heteroimpuesta por los grandes imperios (no como los chilenos que son unos gringos frustrados de mierda). Se escucha mucha música en español (los prisioneros suenan bastante), y poco del rock y britpop que inunda otros lugares del continente. Hablan bastante quechua entre ellos, y los que no, hablan aymara. Es interesantísimo sentarse un poco a escuchar una conversación en estas lenguas. Sin embargo, la colonización y las encomiendas hicieron lo suyo, y Bolivia es ahora marcadamente católico. Su afición por persignarse todo el día roza lo ridículo, a veces en la micro debo mirar en rededor para ver por qué animita, virgen o santo se persigna todo el mundo. ¡Hasta se celebran misas católicas en idioma quechua! ¿es que nadie ve la contradicción? Bueno, Bolivia es Bolivia.

A los bolivianos les gusta mucho el alcohol. No es que tomen siempre, pero cuando hacen es hasta un límite de quedar inhumanos. Tanto así que acabamos acuñando el término “borrachera boliviana” para referirnos a un estado de embriaguez repugnante. No es nada infrecuente estar en la calle y que se te acerque un viejo destruido de borracho que no sabe ni cómo se llama y te comience a hablar una sarta interminable de sandeces, sin respetar la más mínima proxemia. Me intrigaba mucho cómo hacían para quedar TAN borrachos, es decir, creo que la gente mucho antes de eso ya está acostada inconsciente, hasta que conoci el singani y obtuve mi respuesta. Es un destilado de uva de más de 40 grados de alcohol, muy barato, que tienen la costumbre de tomar puro. Decidimos comprar en una dudosa noche y el secreto de la famosa borrachera boliviana salió a la luz, con amigos cayéndose de cabeza contra la muralla y otras hazañas similares. Yo derechamente me enfermé del estómago, me faltan años de circo para esto. Por si fuera poca muestra, se venden también pequeñas botellitas de alcohol etílico, que usan los mineros para beber en la mina. El dolor de los siglos.

Otra costumbre, aunque esta es bien conocida, es la de mascar coca, sobre todo por los sectores más populares de la población. Los lugares públicos como mercados y ferias tienen siempre el característico olor a la hoja ensalivada, cuyo desecho adorna veredas y parques indistintamente. Dicen que los ayuda a trabajar, mantenerse despiertos y concentrarse, aunque algunos lo llevan al extremo. Estuve tentado de sacar más de una foto a sujetos que de tanto mascar coca se estaban metamorfizando en hámsters, con un pómulo tan hinchado que parecía que recién le habían extraído unas siete muelas del juicio. Por respeto, me contuve.

La sociedad boliviana es sonadamente machista. Dos veces me tocó intervenir directamente ante un hombre violentando una mujer, no con golpes, pero sí sujetándola y reteniéndola contra su voluntad. Por lo que conversé y presencié, este tipo de escenas en la vía pública no serían para nada inusuales. La mujer además tiene un personaje muy característico y estereotípico dentro de la sociedad, en la figura de la “chola” o la “mamita”. Esta es la clásica mujer de etnia indígena que se dedica a vender en la calle o en las ferias, o incluso a mendigar. Las “mamitas” son las que mueven toda la economía callejera, rara vez se ve un hombre atendiendo un carro de comida, de jugo o un puesto en la feria. Las mamitas suelen usar ropa tradicional, incluyendo el sombrero, y estar cubiertas por enormes delantales, ya que ellas mismas pueden alcanzar tamaños matriarcales. Se observa además que poseen una fuerza considerable, levantan y arrastran sus propios carros como si nada. Un manotazo de esas mamitas es suficiente disuasivo para cualquier practicante del hurto.

Las mamitas también son las principales responsables de prepaar la gastronomía local, que francamente es horrenda. Después de la putísima santísima trinidad, la devoción del pueblo boliviano decanta hacia el pollo. Al spiedo, en la sopa, pero sobre todo frito, que lo llaman pollo broaster. Impresionante la cantidad de pollo, en todos lados, en cada esquina. Eso y hamburguesas es todo lo que se puede comer. Varias veces he caminado cuadras y cuadras buscando comida sana o al menos decente, solo para terminar derrotado comiendo pollo frito o una hamburguesa. Ah, y papas fritas, siempre con papas fritas. Hasta en la sopa ponen papas fritas, y no es una figura literaria. No es de extrañar que me enfermara del estómago.

En cuanto a lo folklórico interno, en Bolivia existe una denotada rivalidad entre los habitantes del altiplano, los collas, y quienes moran en los valles, los cambas, cada uno usando el término del contrario de manera peyorativa, acompañándolo generalmente de algún epíteto que manifieste inequívocamente la intención insultiva. 

Las diferencias tienen carácter racial; por una parte los collas, oriundos de los departamentos de La Paz, Oruro y Potosí, están ligados a la imagen indígena, de baja estatura, piel morena y características faciales típicamente andinas. Por otra los cambas, nacidos en Santa Cruz, Pando y Beni, tienen rasgos asociados a un fenotipo europeo (pero nunca tanto tampoco). A tal punto llega la discriminación interna de Bolivia entre cambas y collas, que Evo Morales dictó en el 2010 una ley antiracismo y discriminación para evitar que en los medios masivos de comunicación se continuaran usando expresiones como “colla de mierda”, por ejemplo.
Ya es hora de hablar de lo bueno, ya que este intento de somero retrato pareciera pintar una imagen bastante deslavada del pueblo boliviano, lo que no haría justicia a mi real experiencia en Bolivia. Son gente muy bondadosa, y les encanta compartir. El boliviano puede ser en principio algo tímido o cerrado, pero una vez que te abre sus puertas (siendo el alcohol su principal catalizador) te entrega una generosidad sin límites. Siempre están deseosos de regalar cosas, pareciera que el pasatiempo nacional es regalarlo todo. Comida, ropa, alcohol, dinero. Los restoranes te dan comida si pides sobras, la gente te invita a sentarte a sus mesas y te compra cervezas, te preguntan tu historia, celebran tu país. Pese a que estuve en un período de resonantes rencillas por la prensa entre Chile y Bolivia, nunca tuve un mal trato ni nada por ser chileno, todos me acogieron y trataron de maravilla. Alguna broma con el mar había, pero siempre en buena onda, no parecía importarles demasiado realmente, y a los que sí les importaba también te expresaban solo paz y amabilidad. Sobre todo a la hora de trabajar me daba cuenta de lo generosos que son, a veces en la micro iban las clásicas mamitas muy pobres, cargando bultos más grandes que ellas mismas, y aún así te daban una moneda al finalizar el show. No sabía cómo hacer para no aceptar una donación de alguien al que yo debería estar ayudando.

En fin, Bolivia es un país muy interesante por la convivencia de culturas distintas, su gente y el efecto de la modernidad en una cosmovisión andina. Muy fácil para viajar, pues la generosidad de la gente alimenta todo el camino (y los precios son muy baratos). Es un paraíso en tierra para el viajero sin tiempo, sobre todo si cuenta con una cocina para preparar su propia comida, y se mantiene a una distancia prudente del singani.

Corumbá – Brasil

Va caminando sin rumbo, lleva la calma del vagabundo. Pero dejando la vida donde mande la ocasión.

La Vela Puerca – El Viejo

La mañana comenzó normal. En dos meses más, al menos en mi mente, volveré a ver a Ariane, y por ahora la vida y el viaje continúan. Me desperté temprano, caminé hasta el mercado por mi desayuno de ensalada enorme de frutas, y comencé con el plan matinal. Al día siguiente se vencía mi visa, por lo que debía renovarla si quería seguir trabajando o simplemente permanecer en Bolivia. Para las renovaciones, además de pedirte los papeles que para la primera vez (declaración jurada notarial y foto carnet, ni idea para qué repetir lo mismo ¿no tienen un sistema computacional o algo?) y la plata, te piden también certificado de antecedentes legalizado ante el consulado chileno y luego ante la cancillería boliviana, la real audiencia española y el grupo bilderberg. Fui primero al consulado, donde por el equivalente a 5 dólares me dieron el papel con sus respectivos sellos y estampillas, y me informó el funcionario que no fuera a la cancillería boliviana, porque ahí me iban a cobrar 50 dólares por el trámite, que lo presentara así no más y que así lo hacen todos. Chucha, pensé, eso ya es mucha plata, y no tardé nada en acatar la recomendación del compatriota.

Como previsoramente guardé una de las fotos que me tomé en Sucre para este mismo trámite, solo quedaba la declaración ante notario. Pero claro, estoy en Santa Cruz y cuesta el doble, 70 bolivianos en lugar de 35. No es que sea mucha plata, pero más los 200 y tanto del pago, no me alcanza para todo, tendría que trabajar mucho y no me dan las ganas, el caso es que decidí mandarlo todo a la mierda. Partiría a Brasil, utilizando el tren de Bs$70 que había visto con Ariane, que justo partía este día a las 13:30.

Como era temprano, en el hostal armé mis cosas y me fui sin dramas. Llegué a las estación pasadas las 11:30, compré el pasaje y dejé las mochilas. Tendría tiempo para trabajar un rato y almorzar. Pese a que solo había practicado una vez en Samaipata, logrando en poco tiempo coordinar un poco, decidí estrenar el pandero media luna para el pie, y con él y el uke salí a las micros. Pese a que lo usé solo para tocar figuras blancas (un golpe cada dos tiempos) durante toda la canción, fue un éxito rotundo. La percusión es la mejor amiga de la cuerda, y me dio la impresión de que me pagaron más esas micros, además de captar varias veces las miradas curiosas de los pasajeros para ver de dónde venía el sonido de pandero. El hombre orquesta está en proceso, ya solo falta trabajar la armónica. El caso es que en poco tiempo me hice para el almuerzo y recuperé la plata del pasaje. Aún no sabía cuánto iba a extrañar que fuera tan fácil hacer la moneda.

El tren era bonito, asientos cómodos de nada mal reclinación, ventanas amplias y aire acondicionado. Solo faltaba el vagón comedor, porque estaba en reparación, pero no iban a ser 17 horas de viaje tan malas, salvo que extrañé un montón a Ariane. Hubo algunos contratiempos, alguien le robó plata a la maleta del conductor y estuvimos detenidos en no sé dónde mientras la policía hacía las interrogaciones correspondientes, pero llegamos a Puerto Quijarro sanos y salvos a la mañana siguiente.

Con dos personas que conocí en el tren tomamos un taxi hasta la frontera, pero estaba llena de gente en fila, pues aún no abrían, así que salí a caminar, cambiar plata y comer algo por ahí para hacer hora. Degusté por primera vez las salteñas, que son básicamente unas ricas empanadas de carne. Wow, primer punto a favor en la pobre gastronomía boliviana, pero ya abordaré eso en otro momento. Tipo 11:00 volví a la aduana, ahora vacía, así que más o menos rápidamente pude entrar a Brasil. El plan era poder entrar con el carnet, pues el pasaporte de poco sirve para este tipo de viajes, facilita el control y la fiscalización, las veces que entraste y saliste, y puede ser perjudicial. El carnet en cambio no deja más registro que el papel que te dan en la entrada, mucho menos drama. Por suerte no hubo problema, y dejé mi pasaporte bien oculto no más, al menos hasta que salga del Mercosur.

Probé suerte con el dedo y me llevaron a Corumbá, ciudad brasileña a unos 7 kilómetros de la frontera. Entrar a Brasil y escuchar ese alegre portugués supuso una mejoría notable en mi estado de ánimo. No duraría mucho. El hostal más barato que encontré costaba $30 reales (unos $60 bolivianos). Nada de barato para lo que estaba acostumbrado, y solo tenía 20 reales, pero estaba tan confiado en que tenía todo el día para hacer plata que me quedé, y me dejaron pagar los 10 restantes después.

Me instalé, tomé el ukelele y la media luna, y salí a conocer. Me pareció una ciudad poco atractiva y de escaso movimiento, pero estaba recién partiendo. Ensayé mi portuñol preguntando dónde estaba el centro, y busqué restoranes, pues ya era medio día. No había nadie comiendo en ninguna parte, poca gente caminando, ninguna micro, en fin, ninguna fuente laboral, mucha hambre, y no tenía ni un solo real encima. Para colmo, mi estado anímico no era el mejor, quería hablar con Ariane y mis mensajes aún ni le llegaban (maldito whatsapp y su sistema hecho para provocar ansiedad, funciona conmigo). En definitiva, a la mierda todo, voy a sacar plata una vez, qué tanto, para eso la ahorré. Pruebo en un cajero, de mi mismo banco encima, y me dice que no acepta. Qué raro, no tuve problemas en Argentina ni Bolivia cuando saqué plata, y eso que ni era el mismo banco. Bueno, voy a otro cajero, lo mismo. Rarísimo. Decido ir directo a la sucursal del banco, donde me explican que efectivamente no podré sacar plata, ni de débito ni de crédito. Ooops.

Desmoralizado, famélico y sin dinero, me senté en la acera a analizar mis opciones. Lo primero que tenía que conseguir era comida, el resto ya se verá, y lo único que tengo es el uke, bueno, a buscar cualquier lugar. Ya eran casi las 14:00, y no quedaba casi gente almorzando. Lugar vacío tras lugar vacío, encontré una pequeña cafetería con dos mesas ocupadas. Nunca toco si hay menos de tres mesas, pero mi situación era desesperada. En rústico portuñol y con mi sonrisa carismática me presenté: Muito bon dia a tudos, meu nome es Andres, eu vengo do Chile, y voy a tocar un poquinho de musica para vocês. Eu nao falo muito portugues, nao se cançoes en portugues, asi que voy a cantar en espanhol, espero me disculpen. Miré a las mesas a ver si habían entendido lo que dije, parecía que un poco. No importa, comencé por Tú Cárcel. Ninguna reacción, se fue una mesa y me dio dos reales. Creo que dije algo más, y luego toqué Gracias a la Vida para la única mesa presente. Antes de la mitad de la canción se fueron, dejándome otros dos reales. Ya sin público, terminé la canción por amor al arte. Cuatro reales en total. Me acerqué al mesón y pregunté qué podía servirme por cuatro reales, a lo que me indicaron algunas masas. Pedí la que me parecía más contundente, y me senté. Era un almuerzo más que frugal, pero mucho mejor que nada, y agradecí tener comida delante mío. En eso estaba cuando se acerca a mi mesa el hombre que me atendió, y me trae otro de los que compré, y además una bebida. Lo miré con una gratitud que no recuerdo haber experimentado antes. No es lo mismo que te regalen el alimento teniendo de todas formas para comer, a que te lo obsequien cuando realmente no tienes ninguna otra opción. Meu hermâo, muito, muito obrigado, de coraçao, improvisé, poniendo mi mano en mi pecho, conteniendo por orgullo y vergüenza la creciente humedad de mis ojos.

Comí todo, que además estaba exquisito, agradecí a más no poder, y salí nuevamente a ver cómo podría hacer plata, sabiendo que habiéndome alimentado tenía solucionados mis problemas por unas tres o cuatro horas más. Me encontré con un artesano colombiano, buena onda, a quien consulté por cómo hacer la plata, pues se me estaba haciendo difícil. Me informó que efectivamente lo era, que él se quedaba en una iglesia donde le daban alojamiento, almuerzo y cena (anoté el dato), y que la manera más fácil de hacer plata era… pedir limosna. Así de simple. Hablar un poco de portugués, lo suficiente para solicitar ayuda y un real, y rogar por plata descaradamente. No me gustó mucho la idea, o sea, lo que hago (y más considerando la calidad de lo que hago) no se aparta demasiado de la mendicidad, pero ya derechamente dedicarme a mendigar no me parecía, menos teniendo más de un par de miles de dólares en el banco, aunque sea en otro país. Una moral extraña y flexible, pero moral al fin y al cabo.

Me acomodé en una esquina céntrica, puse frente a mí un sombrero de plástico que me encontré tirado, y me puse a tocar. Unas diez canciones después, había un real en el sombrero. Preocupado emprendí rumbo al hostal a pensar un poco qué carajo podía hacer. En el camino me topé con una pareja de artesanos y su hijito, que me informaron de un lugar donde por Rs$15 se podía tirar la carpa, ¡la mitad de lo que yo estaba pagando! En este momento, esa mitad lo ers todo para mí, así que de inmediato aceleré rumbo a mi hostal, a ver si me dejaban irme sin pagar esa noche. Esta vez había un viejo con cara de mala onda, el dueño probablemente, y pese a que le expliqué y re expliqué mi situación, se mantuvo inflexible en su política de cobrarme. Qué hijo de puta, ni siquiera tenía aún para pagar esa noche. Me encerré en el cuarto rumiando la frustración y el enojo, y dormí una siesta para renovar mi estado mental.

Cuando desperté ya estaba oscuro, eran más o menos las 18:00. Bueno, nada que hacer, hay que juntar la plata como sea. Tomé las 3 pelotitas que me había regalado el Feña, y salí a la calle. Me animé echando mano de todo mi amor propio, que vamos culiao, soy A.C., cuándo me ha ganado una weá así, y el primer semáforo en rojo que vi con un par de autos, salí a sonreír y tirar mal tres pelotitas. Me pagó Rs$2. Bien, ya solo faltan 8 y pago el hostal. Llegué al semáforo bueno que había detectado antes, pero estaba la pareja, así que fui a otro bastante peor. No pagaba y no pagaba y no pagaba, y ya me costaba mantenerles la sonrisa a los autos. En alrededor de una hora junté apenas Rs$5 más, la verdad estaba malísimo el lugar. Volví al bueno, y la pareja, que ya había juntado una suma considerable (tener el coche con el hijo al lado es casi hacer trampa), me dijo que compartiéramos, saliendo uno y uno. Así que ahí, en un rato más, logré juntar lo que me faltaba para el hostal, y un poco para comer. 

Triunfante, volví y le pagué la noche al viejo amargo, sintiéndome genial de haber superado una especie de desafío. Con la moral a tope nuevamente, volví a la calle para conseguir algo de comer. En el camino vi un cajero automático que tenía un símbolo ATM. Resulta que pude sacar plata.

Al final, siempre es todo un juego.